Desde mi llegada a Estados Unidos, elegí para vivir comunidades en las que habitan familias negras. (En USA se les debe llamar “afro americanos”, aunque en nuestros países del sur de América, la expresión “negro” no tiene el sentido fuertemente racista que le asignan aquí) Mi preferencia va contra corriente de una vieja costumbre segregacionista que data de principios del siglo XX por la cual si en una zona habitan personas de piel oscura, las viviendas se devalúan rápidamente ya que se supone que la delincuencia aumenta en el área. En cuanto a mi elección, se debió a la calidad humana de las comunidades negras en comparación con otras donde la gente es predominantemente blanca. Son muchos los episodios de solidaridad cotidiana que he vivido por parte de miembros de las comunidades negras en los sitios donde residí.
Hacia el año 2020 nos trasladamos con mi esposa a una casa que carecía de lavadora y secadora, por lo cual debía acudir a un “Laundry” que quedaba a pocas cuadras en el área de Ferguson. Unos años atrás en las cercanías, habían matado a Michael Brown, un joven negro; este hecho motivó violentas protestas en la zona y tuvo una repercusión internacional.
Me convertí en concurrente asiduo al lavadero. Allí solía conversar amigablemente con la gente del lugar. Por eso, al entrar una mañana, advertí con sorpresa que ante mi presencia todos hacían silencio, y me miraban con hostilidad. Había olvidado el jabón, de modo que fui a retirar una bolsa y al pasar junto al carro de una persona cargado con ropa lo tropecé. La reacción fue inmediata: me increparon en un argot insultante que no entendía. Inexplicablemente procuraban herirme. La gente amable, solidaria, se habían transformado súbitamente y la señal de dicha transformación era el lenguaje. Algunos de ellos avanzaron hacia mí dispuestos a filmar una posible reacción violenta ante el ataque. Fue entonces cuando decidí abandonar el lugar.
A los dos días, en el supermercado encontré a una mujer casi anciana a quien saludaba con frecuencia en el lavadero. Al verme me llamó. Tenía los hombros caídos y la cabeza baja. “Ese día estuve en el laundry – dijo refiriéndose al incidente – y me disculpo por la reacción de todos. Lo que ocurre es que el día en que usted fue a lavar la ropa era el 27 de mayo…”
La mujer se retiró antes que le pudiera preguntar a qué se estaba refiriendo, pero a un costado estaba el estante donde se exponían los diarios del día. En todos ellos había referencias abundantes sobre la muerte de George Floyd en Minnesota. El mismo fue asesinado brutalmente por el policía Derek Chauvin, quien presionó el cuello de Floyd con su rodilla hasta asfixiarlo. Eso ocurrió el 26 de mayo de 2020, y a partir de allí hubo manifestaciones y un clima de exasperación en todo el país, pidiendo justicia, entendiendo que, como en el resto de casos similares, el asesinato de un negro quedaría impune. Aclaro que hace unos meses, el responsable de la muerte fue condenado y sentenciado a una larga condena.
La comunidad que se reunía en aquel laundry, angustiada y con un sentimiento de acoso, reaccionó ante el color de mi piel. En ese momento sentían que cualquier blanco era el enemigo. Evaluaciones posteriores del clima creado por aquella muerte, afirmaron que el país estuvo a un paso de una posible guerra civil.
Poco tiempo después regresé al lugar: el clima había vuelto a ser el de siempre. Los saludos cordiales, las charlas ocasionales. El lenguaje recuperaba sus parámetros abandonando las expresiones monstruosas, desbocadas. Sin embargo, el incidente me había permitido advertir lo que se oculta debajo de la epidermis de los negros. En sus cosmovisiones, la muerte y la agresión están siempre presentes. La gran mayoría ocupan los empleos más descalificados y el acceso a la educación superior es altamente restringido por sus costos. Uno de ellos me decía que en caso de ser detenido al conducir, tiene diez segundos para explicar al policía la presencia en el lugar y brindar los datos necesarios. De no hacerlo en ese tiempo, la violencia empieza a escalar, y pueden producirse agresiones policiales como la que sufriera Floyd; en los años de Trump se registraban casi a diario. Las relaciones entre afroamericanos, aún cuando no se conozcan, son equiparables a las de una familia. No puede ser de otro modo, por la necesidad de protección ante las agresiones directas o indirectas. Muchos de estos ataques son producidos por supremacistas, que intentan desatar la guerra abierta entre negros y blancos. Fue la intención explícita de Dylan Roof - iniciar una guerra racial - cuando en 2015 mató a 9 afroamericanos en una iglesia de Carolina del Sur Estos grupos confían que si intervienen las armas, ellos tendrían las de ganar ya que en vistas a esta posible guerra acumulan armamento desde hace muchos años.
El impacto de la explosión sobre los negros está latente. Cada tanto se evidencia en la injusta muerte, en el linchamiento por parte de quienes arman una cosmovisión homicida en base al lenguaje esclavista.
Algunas reflexiones sobre el lenguaje
¡Ojo! no creo en Dios, como tampoco en la Razón, en la Ciencia, en el Progreso, en el Espíritu, en la Nación, en el Estado, en la Justicia… ni en nada que tenga propensión a la Mayúscula. Por eso tampoco comulgo con la mayoría de dogmas religiosos e ideologías políticas. No me atraen los -ismos.
Pániker, Agustín. EL SUEÑO DE SHITALA:Viaje al mundo de las religiones (Spanish Edition) . Kairós. Edición de Kindle.
Estas reflexiones sobre el lenguaje son un buen lugar para aclarar algunos puntos en relación con estos artículos y esta línea de pensamiento. No pretendo que nada de lo que escribo se convierta en un dogma. Pueden haber críticas, valoraciones, opiniones, pero las mismas sirven para ejemplificar un razonamiento. No para otra cosa. Si el lector duda, debiera recurrir a otras formas de certificarlos. Por eso pongo al principio de estas líneas la cita de Paniker: tampoco creo en dogmas religiosos o laicos, ideologías o -ismos. No creo en aquellos que se declaran maestros y cuyas palabras por el solo hecho de pronunciarlas esa persona, tengan un valor absoluto y sean la verdad.
En estos textos trato de incentivar en los lectores otra mirada sobre la realidad. No cuestiono posturas religiosas o políticas. Sólo pido que con respecto a ellas se mantenga un espíritu crítico, la necesidad de cuestionar sus fundamentos y sobre todo que cada persona no se aferre a una cosmovisión estereotipada, sino que elabore la suya propia, aún con elementos de su grupo de creencias.
Aquellos que ya tienen una postura dogmática en lo político o religioso, no leerán estos artículos como no sea para tratar de demolerlos. No es a ellos para quienes escribo, ya que poseen la verdad.
La siguiente frase: Nosotros tenemos la verdad y debemos llevarla a los demás que no la tienen, la escuché en boca de muchos personajes en diferentes épocas y ubicados en posturas completamente opuestas. Un miembro del Partido Comunista; un jefe de los grupos de ultraderecha militar “Tacuara”; una monja; dos sacerdotes católicos; un miembro del gobierno de Chávez en Venezuela y hace poco en boca de un amigo luterano en Estados Unidos. En términos un poco groseros, hace años alguien criticaba la tendencia a “tener la verdad (Dios; la felicidad…) agarrada de las bolas “
En otras palabras: estos textos pretenden ser un marchar juntos con aquellos que no se conforman con las realidades estereotipadas, sino que han desatado la búsqueda individual; que han llegado al punto en que comprenden que el camino lo deben seguir solos y sienten el vértigo del trabajo por hacer; la gloria del descubrimiento.
Tener el propio lenguaje, la propia cosmovisión, es el requisito para que quienes hemos nacido en Occidente, dejemos aflorar nuestro propio chamán.
El lenguaje nos separa de las cosas, nos separa de los otros. Cuando bautizamos, es decir ponemos nombres, estamos creando alrededor de cada objeto o persona murallas sólidas. Muchas tradiciones autóctonas adjudican al nombre un carácter mágico: si se lo sabe utilizar sería un medio para manejar a la persona. En general la tendencia a la obtención del poder por parte de la sociedad ha sido la que creó el lenguaje: se desata la explosión; la explosión en cadena y una forma de conjurarla es a través de las palabras y las instituciones. El rey, Dios, son formas de protegerse: figuras fuertes capaces de soportar cualquier estallido.
En la historia humana, el lenguaje oral, los términos que denotan los objetos, comenzaron tarde, y mucho más tarde aún se orquestó el lenguaje escrito. También fueron tardías las funciones del lenguaje. De un máximo de simbolismo y connotación, se pasa a un máximo de denotación. El simbolismo y la connotación del lenguaje, a su vez, son las señales de referirse a las cosas en un universo que participa de la vida, que estrictamente hablando no presenta diferencias sustanciales entre los seres inanimados y los seres llamados vivos. Los símbolos hacen referencia a una unidad primaria entre todas las cosas, en las que cada elemento del sistema tiene un sentido propio pero a su vez está unido a los demás, formando parte de un gran organismo.
Dice Rodolfo Kusch en “El Patio de los Objetos”
Y todo era concebido como una gran ciudad, porque se fue reemplazando el viejo mundo del compromiso de la sangre y de la vida por otro, cuyo compromiso residía en el contrato o en el acuerdo de voluntades. Fue el triunfo del mercader de aquélla ciudad veneciana, que creaba así, por segunda vez, el mundo. El mercader era el héroe de la revolución técnica, la cual, según Freyer [18], fue la segunda gran revolución, después del invento de la piedra pulimentada.
Todo lo que se fue creando correspondía a un sólo aspecto de la vida humana, aquél que se desempeñaba en la ciudad y por eso la ciudad se fue convirtiendo en un patio de los objetos. Hartmann llama así a los sectores absolutamente comprensibles de la realidad [19]. Pero lo que él afirma exclusivamente para su metafísica del conocimiento, sin embargo, representa un curioso lapsus en el lenguaje filosófico y técnico, y denuncia una preocupación típica del occidental. El patio supone el lugar vacío dónde conversamos y convivimos con los vecinos, para lo cual ponemos muebles, o sea, las cosas que hemos creado para estar cómodos en el mundo. Y la ciudad crea esa posibilidad, por eso ella es un patio de los objetos.
Con todo esto, el hombre pierde la prolongación umbilical con la piedra y el árbol. Ha creado algo que suple al árbol, pero que no es árbol. Como simple sujeto lógico que examina objetos y los crea, quiere ser un hombre puro, pero no es más que medio hombre, porque ha perdido su raíz vital y, entonces, suple la ira de dios por su propia ira [20]. De ahí la ciudad-patio, en la cual el hombre es el indio iracundo que gobierna a aquélla con el secreto afán de convertir todo el espacio que la rodea en una ciudad total, la futura megalópolis de Mumford [21].
En el ruedo de la ciudad hay una creciente enajenación que afecta a las generaciones. Es a lo que Kusch se refiere con la pérdida del cordón umbilical con la piedra o el árbol. Esto ocurre cuando el lenguaje que usamos para denominar las cosas las separa de nosotros, las encierra, les quita multivocidad y los objetos nombrados pasan de ser símbolos a ser signos.
En el artículo anterior puse el ejemplo con la palabra naturaleza en la que el lenguaje menciona un ámbito que inicialmente se encuentra separado de la existencia, del ser humano. De allí que “voy a caminar por el parque ya que necesito unirme con la naturaleza” o “el hombre debe ser bueno con lo natural…”. Algo así como que nosotros habitamos en una suerte de topos uranos, de cielo inconmovible rodeados de nubes y de ángeles con cítaras. De vez en cuando, desde la beatitud que nos embarga, enviamos miradas arrobadas a los bosques, los mares, los animales; los bendecimos desde nuestro cielo.
Nos olvidamos que tenemos un cuerpo: los siglos de influencia eclesiástica, de gobiernos clericráticos, sean laicos o confesionales, han creado en nosotros la ilusión de ser incorpóreos. Sin embargo, el cuerpo sigue allí, cargado de instintos, de esa parte irracional, irreductible que conforma la vida. El cuerpo es la base de nuestra identidad con la naturaleza.
La redención del lenguaje
En relación con lo anterior, debo establecer algunas distinciones.
El lenguaje en sí mismo no es una cárcel. Se trata de un recurso incompleto. En un extremo está la distopía: una sociedad en la que periódicamente ciertos vocablos pasan a ser no palabras, como en 1984 de Orwell, hasta el recurso por aplicar el lenguaje a nuevas realidades que la búsqueda interior descubre. La presencia de neologismos entonces, lejos de ser una moda o una actitud frívola, es una señal de empujar y forzar el idioma hasta sus límites. Modelamos las palabras con nuestras actitudes, nuestras posturas. Un mundo donde el sexo ha sido proscripto en el curso de siglos, lleva a la explosión del idioma cuando es necesario nombrar los genitales. En el inicio de la obra “Monólogos de la vagina”, para mencionar este órgano es necesario que un grupo de actores enuncien las denominaciones coloquiales de varios países. Es decir, fuera del término “vagina” que tiene una aséptica connotación hospitalaria, la forma familiar de llamarla se maneje en la clandestinidad y en medio de una pluralidad de nombres: “Chumina”, Chocha” Concha”, etc. Con otro órgano del cuerpo, el nombre es unívoco y trae a colación lo que designa. Si digo “Mano”, por ejemplo, en cualquier sitio del mundo se sabe a lo que me refiero. Con los genitales no ocurre lo mismo. Las posturas y la educación confesionales hacen que el lenguaje se disperse; que en forma aparentemente espontánea se generen las no palabras orwellianas. Sin embargo, el órgano sigue allí, y es necesario buscar términos casi clandestinos para designarlo.
Volviendo al tema: el lenguaje se modela con lo que contiene nuestra sangre y nuestro pensamiento. El lenguaje del colonizador o del colonizado. Todo idioma tiene un arco que le permite retornar a sus inicios y expresar mitos auténticos y cosmovisiones
Neologismos.
Yendo a este caso, la utilización de neologismos en estos textos implica la necesidad de cambio. Desde un mundo al que observamos con objetos separados unos de otros, encerrados en sus celdas de espacio y de tiempo, a la realidad como un contínuo. El enfoque final es que las diferencias entre los seres y las cosas son secundarias. Todos forman parte de una totalidad, unida, exhibiendo distintos aspectos de un mismo ente. El neologismo llama la atención del oyente o del lector a fin de reconocer esta continuidad. El pensamiento es quien forma el lenguaje, pero el lenguaje puede cambiar el pensamiento en un proceso de retroalimentación.
La mayoría de los neologismos que utilizo apuntan a módulos de unidad en la que los términos forman parte de un mismo sistema y se muestran alternativamente como sus facetas
Tiene que ver con los niveles de realidad que señala Aukanaw. Cuando accedemos a instancias que se encuentran más allá de la vinculación instrumental con los objetos, dejan de aparecer separados de nosotros y entre sí. Forman un tejido que los incluye y los muestra o los esconde según nuestros requerimientos, nuestra interacción con ellos. La cosmovisión más amplia que incluye este concepto es que la diferencia entre el mundo biológico y el mundo de objetos es mucho más delgada de lo que suponemos. Que de alguna forma el ámbito de cosas consideradas inertes, también participa de la vida.
Este concepto, propio del chamanismo es el que explica que en su obra Aukanaw considere a las rocas por ejemplo, como seres vivos y encuentre en ellas similitudes con enanos y describa sus acciones como si se tratara de elementos vivos. Hay un trasfondo chamánico en sociedades orientales como la japonesa. Es sabido que en este país por ejemplo, tanto la obra de Asímov “Yo Robot” como la película sobre el libro que fue filmada con posterioridad, tuvieron muy poca difusión. Para un japonés, un robot no es un ser inerte, sino que de alguna forma participa de la vida, de allí que los conflictos presentados en los textos de Asímov y en la película de Alex Proyas , como la cuestión ética por parte del accionar de los robots, no tengan mucho sentido para ellos.
También en Japón, hay quien explica la actual crisis de natalidad debido a que los hombres, luego de una separación tienden a adquirir muñecas sexuales a quienes visten, asean y tratan como una esposa. Esta tendencia también se explica por el animismo latente en la sociedad nipona.
Volviendo al lenguaje: el mismo expresa aquello que está en nuestro corazón, entendiendo por tal el Shen de la Medicina Tradicional China, según la cual pensamos y discurrimos con el corazón siendo el cerebro es un reflejo de éste. Individualmente somos capaces de modelar un lenguaje propio; nuestras cosmovisiones y creencias moldean las palabra que usamos; Casi siempre usamos tópicos basados en ideales regulatorios para expresar situaciones que la sociedad da por sentado y que considera absolutamente normales. En la medida en que avancemos en una respuesta personal, nuestro bagaje coloquial es capaz de romper estas normas y establecer palabras que elegimos por encima de otras; expresiones que vamos entresacando y que se corresponden con la propia cosmovisión. Aún cuando seamos individuos que aceptemos sin discutir las propuestas de la cultura imperante, nuestra experiencia va modelando levemente un lenguaje propio. Si en algún momento desarrollamos una propia cosmovisión, el nivel de cambio y alteración en el lenguaje individual va a ser superior, hasta que finalmente accedamos a una serie de connotaciones singulares; a nuestro propio idioma, dando a los términos comunes una significación diferente, o creando neologismos. En otras palabras: cuando empieza una transformación interior, de cualquier signo o intensidad, el lenguaje con el que expresamos nuestra realidad también se transforma.
Explosiones y lenguaje.
El lenguaje explosivo es el que surge y trata de mantener a centros de poder.
Dice Dawn A. Denis en el artículo ¿Quién apoya a los supremacistas blancos? Cómo la academia y la política alimentan el racismo y ocultan sus consecuencias (22.06.2020) – PUBLICADO EN CIPER ACADÉMICO – COLUMNA DE OPINIÓN)
¿Quiénes son los que niegan la historia, el racismo, y la violencia racial? Negar la historia es ocultar la verdad, pero lo que se ha callado volverá a conocerse. La violencia racial se sustenta y expresa a través de un lenguaje racista. Tal como señala el escritor Ralph Ellison, “la forma de segregación más insidiosa y menos comprendida es la de la palabra. Porque si la palabra tiene la potencia de revivir y hacernos libres, también tiene el poder de cegar, encarcelar y destruir».
En el siglo XV, el Malleus Maleficarum o Martillo contra las brujas, sirvió para llevar a la hoguera a miles de personas durante la Edad Moderna. En principio, como afirma la bula papal que le sirve de prefacio, apunta a los distintos principados en los que se dividía Alemania; muchos de sus representantes no estaban convencidos del carácter maléfico de esas mujeres que se dedicaban a ejercer una terapéutica natural con características chamánicas. Ellos debían ser convencidos antes de emprender la colosal matanza.
En el Malleus, el lenguaje estalla: Basado en textos de San Agustín y de doctores de la iglesia, su punto de impacto es el descubrimiento de la bruja, de todo su supuesto poder maligno y la necesidad de castigarla. Esta explosión, donde luego del estallido aparece el perfil del aquelarre y la figura de Satanás como en el cuadro de Goya, es la que condiciona el horizonte europeo. La sensación de ese pueblo, constituido principalmente por campesinos que no habían tenido acceso a la cultura, era la de un peligro acuciante, ya que no podían ver a quienes ejecutaban el ataque y no podían prever la llegada del mal. El lenguaje entonces se organizaba de modo de descubrir los designios malignos: por parte del pueblo para denunciar a aquellos sospechosos de brujería; por parte de los inquisidores, para interrogar, juzgar y condenar a los reos.
Curiosamente las incursiones portuguesas en África, son contemporáneas a la persecución de brujas. El lenguaje que justificaba estas expediciones era equivalente al del Malleus: se privilegiaba la raza blanca, mientras que los habitantes negros que vivían al margen de la civilización occidental estaban en una situación intermedia que los acercaba a los animales. Si bien no se trataba de una aniquilación física como en el caso de las brujas, se los sometía y se los vendía, con el pretexto de que el contacto con la civilización occidental aunque fuera como esclavos, representaría para ellos un inmenso beneficio. Es el mismo criterio de la conquista española sobre el territorio americano.
El punto de impacto de las brujas fueron los procesos inquisitoriales; el punto de impacto de los habitantes africanos, la decisión de tomarlos como esclavos. En ambos casos el poder es el que toma la decisión de desatar la explosión cuyas víctimas son los sectores repudiados de la sociedad.
En los ejemplos que acabo de exponer, el lenguaje llama y fundamenta la explosión. Además, el propio lenguaje encubre y no revela. Al colocarse desde el punto de vista del dominante, su interpretación semántica es completamente unilateral. Hay un mito de poder: en el caso de las brujas el criterio absolutamente clericrático, explota la lucha entre Satanás y Dios. Las brujas serían amantes del primero, y sus objetivos tomar las almas de los hombres. En el segundo, a medida que avanzaban las exploraciones al continente africano en busca de esclavos, y de la incorporación de los mismos a las sociedades británicas y estadounidenses, se buscaban teorías que justificasen en diferentes grados y en diferentes maneras la inferioridad de esta nueva clase. Llegado el siglo XIX tuvo un papel importante la teoría de la evolución de Charles Darwin justificando la animalidad de los negros y su vocación de esclavos. Es decir, una teoría científica y compleja formaba parte de un lenguaje explosivo y dominante.
Como señalo en un artículo anterior, lo que caracteriza a las actitudes imperiales es la imposibilidad de ver con objetividad y con criterio de valor la cultura que se está aniquilando. De integrar la misma en su propio lenguaje; de nombrarla.
Como último ejemplo de esta función encubridora y justificadora de las relaciones esclavistas del lenguaje, transcribiré en un apéndice el artículo publicado en la revista de extrema derecha “Hispanidad”. El título lo afirma todo: Lo único que unía a los amerindios hasta la llegada de los españoles eran los asesinatos rituales y el canibalismo. Como se verá, en su lectura hace referencia al libro de Marcel Gullo “Madre Patria”, quien pretende que todo abuso atribuido a España en su conquista es falso, ya que forma parte de la leyenda negra creada y difundida por ingleses, estadounidenses y soviéticos. En la línea de María Elvira Roca Barea, se trata de una fuerte apología al imperialismo de cualquier cuño.
Los testimonios acerca de la inusual riqueza de la cultura aborigen son abundantes. Además, a lo largo del continente, es una cultura que hoy permanece viva aunque con su fuerza disminuida no sólo por la conquista, sino por el sometimiento de los diferentes gobiernos. En mis viajes y estadías en Perú, Colombia, Venezuela y Ecuador, he podido comprobar que las estructuras del chamanismo se encuentran vivas. Muchos de estos pueblos siguen practicando rituales y costumbres milenarias, y entre ellas no figuran asesinatos rituales o canibalismo. Los ocurridos en América se correspondían con la quema de brujas en toda Europa y la brutal persecución a los judíos en España en la misma época. La iglesia y la monarquía caracterizaba lo que ocurría en América como “sacrificios humanos”, cuando lo que pasaba en Europa también entraba dentro de esta categoría.
Aztecas, mayas, mexicas, incas, y cantidad de pueblos, realizaban sacrificios como parte de rituales clericráticos, donde la figura de poder era la de un emperador al que se le atribuían poderes divinos. Algo parecido a la estructura del papado y la monarquía en Europa. Es decir que la colonización implicaba el enfrentamiento entre dos estructuras clericráticas. A la sombra de ellos, como también había ocurrido en Europa durante la Edad Media, se desarrollaban los pueblos basados en fluidas formas de chamanismo. Ellos formaban parte de más del noventa por ciento de la población precolombina. Por ejemplo, a la sombra de los incas vivían los irreductibles Aymaras. Debían rendir tributo al soberano, pero podían vivir sus vidas, ligadas a la tierra y con cosmovisiones chamánicas.
La nobleza de los grandes imperios precolombinos por un lado y de España por el otro, aspiraban al poder absoluto basado en el derramamiento de sangre. Fuera de esto, en América se desarrollaba intacta una fuerte cultura chamánica, cuyas evidencias fueron destruidas en gran medida por los conquistadores. Repito la cita de Dick Edgar Ibarra Grasso cuando afirma refiriéndose a la conquista española que No es la primera vez en la historia en que una civilización inferior somete a otra superior.
APÉNDICE
Lo único que unía a los amerindios hasta la llegada de los españoles eran los asesinatos rituales y el canibalismo
(Publicado en HISPANIDAD - febrero de 2022)
Los españoles y su alianza entre el trono y el altar liberaron a los indígenas americanos y les evangelizaron: así acabaron con aquellas salvajadas.
Eulogio López 19/02/22 18:30
Amerindios
Me lo manda Javier Garisoain y la considero la meme del año (con permiso de las provocadas por Pablo Casado y Teo García Egea, que resultan insuperables). Es la meme del año, por estas dos razones:
1.Como ya hemos dicho en Hispanidad, el mayor logro de la izquierda progre -y cada vez más, de la derecha progre- es homologar todo lo que huela a cristiano con la ultraderecha. Ejemplo, si eres provida eres un peligroso fanático extremista. Si dices que los hombres nacen varón o mujer eres un odiador que debe ser castigado con cuatro años de cárcel. Católico=ultra peligroso.
2.Porque continúa la leyenda negra antiespañola, reverdecida ahora por un Gobierno socio-podemita que odia el país que gobierna y en especial su historia. Reverdecida por Sánchez por omisión, por Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, por acción canallesca... y que supone una negación de la historia.
Mire usted: lo único que unía a las razas amerindias, como muy bien describe esa obra genial de Marcelo Gullo, titulada Madre Patria, eran los sacrificios humanos y el canibalismo. O sea, el encuentro de dos mundos de la progresía española: el homicida y el cristiano, los malos y los buenos. Es, según AMLO, el saqueo español, que acabó con esos sacrificios y ese canibalismo.
Lean esta pincelada recogida por Marcelo Gullo: "Lo cuenta Marvin Harris un antropólogo nada sospechoso de pro español ni pro hispano: el día del sacrificio, el prisionero de guerra, atado a la altura de la cintura, era arrastrado hasta la plaza. Mientras tanto, las ancianas, pintadas de negro y rojo y engalanadas con collares de dientes humanos, llévame un vasijas adornadas en las que se cocinarían la sangre y las entrañas de la víctima. Los hombres se pasaban la Maza ceremonial que se utilizaría para matarlo. Cuando al final esta es aplastada en su cráneo, todos gritaban y chillaban. En ese momento, las ancianas bebían la sangre tibia y los niños mojaban en sus manos en ella. Las madres juntaban sus pezones con sangre para que incluso los bebés pudieran sentir su gusto. El cadáver era troceado en cuartos y cocinado con la parrilla mientras las ancianas, que eran las más anhelantes de carne humana, chupaban la grasa que caía de las barras que formaban la parrilla".
Gocho Versolari
08 - La suave y feroz bestia del idioma
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