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El poeta y los abismos








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 Gocho Versolari, Poeta


Campamentos al borde del abismo

A todos los poetas  nos atraen los abismos. Todos estamos destinados a hundirnos alguna vez en esas gigantescas bocas, siempre abiertas. Por eso  en los atardeceres solitarios nos dirigimos al borde y nos inclinamos al vacío procurando encontrar en la honda oscuridad alguna luz, alguna señal que nos oriente acerca del sentido del espacio.

Sabemos que en nuestro impulso creativo, ése que nos llena de júbilo, que nos inocula vida mientras garrapateamos nuestros versos, se esconde la sugerencia o la orden de arrojarnos al abismo.

Quienes componemos poesía admitimos  que en algún momento deberemos saltar. Cuando el poeta pasa los primeros escollos que surgen de la sociedad ( familia, escuela, malos poetas que se dedican a críticos, o talleres de rígida escolástica)   es posible que monte un campamento a orillas del abismo. Este  sector rocoso, aislado, siempre en sombras, se llenará de tiendas de campaña en las que pernoctarán los poetas. Todos se asomarán al vacío buscando inspiración, ya que de esa negrura surge toda creación poética.  


Muchas de las tiendas son humildes. Se entiende que cuando el poeta desarrolle la experiencia de arrojarse al abismo, ya no tendrá sentido el campamento. Sin embargo, algunos  adquieren detalles de confort, como televisión, agua caliente, alfombras o lechos mullidos. Sus ocupantes afirman que han pasado y pasarán  años esperando la decisión de arrojarse al abismo. Saben  que deben hacerlo y  sin duda en algún momento sus cuerpos caerán al "enorme bostezo de la tierra". De esa experiencia surgirá una poesía fuerte, intensa; "un batir cósmico de tambores". Sin embargo, mientras llega el momento no está de más la tibieza y el consuelo de una buena vida.

 

Cayendo al vacío. 





Los recién llegados despiertan todas las mañanas y repiten: “Hoy es el gran día” y a continuación caminan hasta el abismo. Bajo el sol, flotan en el gran vacío   brumas blancas como jirones de lanas. “Deberé lanzarme – se dice el poeta a sí mismo. “La poesía no puede hacerme daño”.


De ese enorme número de poetas que acampan junto al precipicio, una pequeña minoría es la que saltará . Los demás se limitarán a llegar al borde, y escribirán sus textos en base a los juegos de luces que se proyectan sobre las sombras; a la honda oscuridad de los farallones solitarios o lo que sus imaginaciones piensan que debiera ser el abismo.

Los contados poetas que caen lo hacen cuando sienten la soledad, el desconsuelo y ante el derrumbe del mundo, sólo pueden sostenerse de los versos. Apenas abandonan la tierra, descubren que la primera impresión es la de un cuerpo cayendo en la inmensidad. A medida que esto ocurre, comprenden que la realidad es exactamente lo opuesto. Que el proceso de la poesía consiste no en llenarse de cosas, sino en vaciarse por completo y es en ese momento en que el abismo cae dentro del corazón del poeta. Se  precipita en un grito profundo y largo que resuena en todo el cuerpo. El resultado final es que el vate se convierte en abismo.

En algún momento regresará. Una mañana brumosa verá al vate arrastrarse desnudo sobre una playa solitaria. Pasarán días antes que pueda  encontrar la dimensión exacta del tiempo y del espacio y volver a las actividades cotidianas. Cuando lo logre advertirá que todo ha cambiado. No le interesarán las cosas que a la mayoría, y sobre todo su capacidad creativa  será casi infinita y siempre cambiante. Descubrirá que los poemas no surgen de las cosas, que la abundancia de nociones, las lecturas de poesías, pueden ser un obstáculo si no se asientan en el vacío. Ese corazón del abismo, esa nada  en que se ha convertido el poeta es la clave de la creación, es de donde surgen millones de versos y cantidades insondables de textos.

Los poetas que se quedan a orillas del abismo olvidan con el paso del tiempo la firme decisión que alguna vez tuvieron de arrojarse al vacío. Muchos de ellos tienen una literatura correcta, dominan la gramática, la versificación. Sus obras pueden ser irreprochables y en muchos casos obtienen premios literarios y se dedican a la publicación o la auto publicación. Algunos son reconocidos por las grandes editoriales, y elaboran una obra a la que se aferran. Tal poemario, “tal nouvelle erótica y exquisita cuya publicación me ha sido negada por un sujeto que…”  Sus obras “son buenas porque no son malas”, como diría Shakespeare. En tanto, el poeta que ha regresado del abismo añora la soledad. Le interesa el hecho creativo en sí mismo, independientemente de los beneficios que pueda aportarle. Su obra tiene una fuerza que trasciende lo formal y que produce la fuerte adhesión o el rechazo. Sus temas desconciertan y todos reconocen que la mirada de ese poeta no es la de cualquier ser humano. Es rechazado por muchos de aquellos que no se han atrevido con el abismo, porque pone en evidencia ese pequeño detalle que exudan sus obras.


Eleonora y los abismos



 Soy gran admirador del ballet, y cuando vivía en Argentina procuraba asistir  a los espectáculos de ballet de Julio Bocca y Eleonora Cassano. Cierta vez se presentó Eleonora sin su pareja de siempre; junto con el cuerpo de ballet del Teatro Argentino de La Plata, ofrecerían algunos fragmentos de la suite “Don Quijote”.

A poco de empezar el espectáculo noté una desarmonía demasiado notable entre los movimientos de la bailarina central y los miembros del cuerpo estable. Eleonora se movía con una gracia encantadora, al margen de todo lo que ocurría a su alrededor. Ponía en el baile la pasión que había presenciado tantas veces. A su lado, los demás bailarines actuaban con aparente torpeza, con desgano, como si les faltara energía. Viendo con detenimiento los gestos y los pasos, se notaba que los mismos eran correctos, pero en el conjunto y comparados con la ductilidad de Eleonora Cassano, parecían un elenco de   robots poco lúcidos.

Al termina la pieza, consulté con un amigo vinculado a los entretelones de la puesta. Me escuchó asintiendo.

Yo también advertí lo mismo – afirmó – La explicación se encuentra en algo muy simple: Eleonora baila porque le gusta, porque es su pasión. El resto del elenco lo hace por una cuestión de figurar. De hecho están distanciados unos de otros y entre algunos no se dirigen la palabra por problemas de cartel 

Podríamos decir también que en algún momento de su vida, Eleonora pudo haber tenido la experiencia del abismo, y aquella noche de danza,  los demás miembros del ballet aún permanecían al borde del precipicio alojados en sus tiendas cálidas y lujosas, mirando los juegos que la luz proyectaba sobre el vacío y repitiendo a sí mismos la falsedad de encontrarse en el ápice de su arte. 




 

                                                                                                               

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