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07 - Invocación al poder perdido entre buitres y crepúsculos.

 

 



 

 Desde mi nacimiento hasta los cincuenta y tres años, residí en la ciudad de Mar del Plata. Para quienes la conocen, hasta los once viví en el barrio “La Perla”, más exactamente en un apartamento ubicado en la esquina de las calles Maipú y Olazábal. A media cuadra, exactamente frente a la Iglesia Nueva Pompeya, se extendía un terreno desierto sobre el que habrían proyectado construir un edificio de varios pisos, a juzgar por los pozos profundos cavados en él; uno  enorme en el centro, y en los alrededores aberturas más pequeñas. El solar se extendía desde la calle Olazábal hasta la avenida Libertad: una franja rectangular que atravesaba una manzana.

Desde mi primera infancia, cuando llegué con mis padres a la zona, los alrededores fueron cambiando. La iglesia pasó de ser una pequeña capilla a un monumental edificio; reducida al principio a una fracción, terminó ocupando toda la manzana. En otros predios se levantaron  nuevas casas y comercios, pero lo único que no cambió en esos años fue el terreno con sus pozos y la vida agreste que crecía en él. La falta de actividad en semejante espacio podría deberse a un entresijo legal, una herencia complicada o problemas con los permisos para construir. Lo cierto era que el espacio permanecía libre para nosotros, los niños del lugar. No había vallas que impidieran el acceso y durante las tardes jugábamos casi sin límites en el área   agreste, casi salvaje. 

De este modo, mi infancia se desarrolló en contacto con la tierra y con arañas, pájaros y mariposas, que   habían formado abundantes colonias. Con los niños vecinos bajábamos y subíamos del enorme pozo que se abría en el centro. A veces incursionaba  solo; me dedicaba a recolectar insectos o explorar zonas desconocidas del predio

  Aquel pequeño espacio   detenía el proceso de la explosión que afectaba el resto de mi existencia.  En otros artículos, hice referencia a mi familia disfuncional y a la cantidad de ideales regulatorios con que intentaban modelarme desde la escuela, la radio, como único medio de difusión y la educación confesional. La contraexplosión que se desataba cada vez que corría por la zona abandonada, me renovaba y devolvía parte del poder perdido ante las discusiones sin fin entre mis padres. Un área abandonada; el juego como un ritual que retomaba el contacto con la tierra. Aquello era transitorio: la cultura detonante estaba presente. Mientras jugábamos, la enorme iglesia   se levantaba en la manzana de enfrente, silenciosa y amenazante.

 

 


Empezaré este trabajo, haciendo un comentario   al libro de Byung-Chul Han “Sobre el poder” ( © 2016, Herder Editorial, S.L., Barcelona  ISBN DIGITAL: 978-84-254-3856-1 1.ª edición digital, 2016)

En el texto, el filósofo coreano-alemán pretende analizar con profundidad el fenómeno del poder. Se detiene en teorías de Hegel, Hannah Arendt, Nietzche, Foucault, Derrida, Carl Schmidt, Heidegger…

Si bien es un estudio pormenorizado, desde las primeras páginas Han describe el poder como una dualidad: alguien que lo detenta y alguien que lo recibe: “El soberano” y “el súbdito”; “el superior” y el subordinado. Del mismo modo, establece en los autores que cita, el poder con esta pareja excluyente de dominante y sometido. Es la base de las reflexiones y   las conclusiones del libro.  No hay alternativas. Incluso los diferentes autores, según el enfoque del pensador coreano, concluyen en la misma dupla. Se cuestiona si el poder es tenebroso o no, si implica una intermediación; en qué circunstancias se definiría un poder despótico, pero en ningún momento se nos habla de las fuentes del poder, y de la constante dinámica de su transferencia y recuperación, que no es de otro modo como se nos presenta en la realidad.

 

En el siglo XIX, el jesuita Francisco Suárez estableció una teoría acerca de la transferencia de poder que abonó las revoluciones en América, en contra de los dominios coloniales. En ese momento era incuestionable   que Dios constituía la fuente de todo poder. La postura monárquica establecía que la entidad suprema se lo concedía en forma directa a los reyes, de allí que el rito de su entronización comprendía (y comprende en la actualidad) un aparato clerical que establece la respectiva unción del soberano. Frente a esto, Suárez asegura que Dios brinda su poder al pueblo y que éste lo utiliza para elegir al soberano. Con esto legitima todas las formas de democracia indirecta que llegan hasta hoy.  Huelga decir que esta teoría   fue una de las principales causas de los movimientos revolucionarios en América.

Cuando se habla del pueblo, se habla de la comunidad y de cada uno de los individuos: son estos los que en estricta teoría guardan la totalidad del poder y no por razones divinas, sino porque forma parte de sus respectivas naturalezas. El poder es algo inherente al ser humano, a su constitución.  En el libro de Byung Chul Han se analiza el poder enajenado, es decir cuando los individuos lo han cedido;  brutal; bondadoso; clemente; furioso, siempre es detentado por otro que se enfrenta al individuo. El poder terrenal del monarca, el presidente, el primer ministro, la policía, el ejército; el poder sobrenatural, de Dios; su ira o bondad a través de los ministros.   

 Este dominio enajenado es siempre un poder clericrático, no necesariamente despótico. En ningún momento existe el planteo de devolverlo a su fuente, de retornarlo a los individuos que alguna vez lo delegaron.  La autoridad siempre debe ejercerla alguien. Por las razones que fueren, quienes detentan el poder alegan que los sujetos que alguna vez  lo transfirieron no estarían preparados para administrarlo.  

El soberano o el presidente que detenta de un modo permanente el contenido del poder, también requiere  de la voluntad popular afirmativa. Si se trata de democracias, para asegurar los votos del pueblo, y en el caso de dictaduras para gobernar sin problemas. Dicha aquiescencia se obtiene mediante el manejo meticuloso de las explosiones. Los poderosos tienen recursos para utilizar el miedo, la adulación, la ilusión de un tiempo mejor que nunca llega y así modificar la voluntad colectiva. Los mitos de poder que manejan generan mundos falsos; se divide el universo en dos mitades inconciliables y se obliga a la multitud a estar a favor de una o de otra. El enfrentamiento entre las dos principales potencias del mundo, Rusia y Estados Unidos durante varias décadas dio origen a la explosión controlada que se conoce como Guerra Fría, y que constituye un esquema casi ideal de dominación.   

El poder lo mantiene el individuo y los pequeños grupos y comunidades.  Si un hombre, tan sólo un hombre, pudiera interrumpir la transferencia de poder y  recuperar   la totalidad del dominio que ha delegado  desde su primera infancia, obtendría una fuerza sin límites. De poder reconocerla y ejercerla, establecería una realidad completamente distinta a la que nos rodea. No requeriría ninguna acción concreta, ya que en forma espontánea acomodaría el ambiente en torno a su ser. Una forma de práctica plena de lo que en el taoísmo se llama el Wu Wei, que se traduce como no hacer, y que implica que las cosas se ordenen en torno al hombre individual como soberano de sí mismo.

Sin embargo, la obtención de la totalidad del poder que hemos transferido desde niños y que seguimos transfiriendo, es un proceso muy difícil de detener y revertir por completo; incluso aun cuando haya un grupo que se proponga realizarlo, no sería posible obtener resultados en una sola generación. En occidente existe la llamada democracia indirecta o liberal. El sujeto transfiere el poder a sus representantes políticos, los que duran en el cargo un promedio de cuatro a seis años. Se supone que en la época electoral el poder regresa a quienes deben ejercer el derecho a voto, y que debieran cumplir con esto en condiciones ideales: luego de razonar con libertad y ecuanimidad las propuestas de los diferentes candidatos,  el resultado final de las urnas reflejaría aquello que han elaborado libremente.



Este proceso de transferencia formal del poder, que es considerado como una suerte de artículo de fe en los gobiernos de occidente, no tiene su base en ese ser libre y reflexivo que estaría en condiciones de elegir sin condicionamientos. Por el contrario, el que transfiere el poder cada período es un sujeto sometido a todas las formas posibles de propaganda subliminal, a un bombardeo constante de las redes sociales; un consumidor de ansiolíticos y antidepresivos, víctima del  miedo, la culpa y la manipulación en cantidad de formas; con su erotismo y sus posibilidades de expresión completamente reprimidas;  que debe trabajar en condiciones pésimas para obtener su alimento. Además, la transferencia del poder formal no es la única. Supongamos que un sujeto   en un conato de rebeldía, pudiera apartarse de la civilización  y trasladarse   a una isla desierta; allí llevaría sus prejuicios y el bagaje de ideales regulatorios que ha recibido desde la infancia y que reclaman sus porciones de dominio. Si la persona se traslada desde una sociedad consumista, el cúmulo de hábitos que lo llevan a adquirir cosas se convertiría en una de las principales cesiones de poder: adquiero elementos que nunca utilizaré. Creo en la promesa de   felicidad que obtengo por el solo hecho de comprar y rodearme de cosas.

 

Las bases del poder humano.

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Los aspectos básicos del poder humano son tres:  la alimentación, el desarrollo del erotismo o libido (Sexualidad, arte, cosmovisiones…) y el ejercicio activo de la identidad con la naturaleza.

De estos tres la alimentación es el más importante. Según la Medicina Tradicional China, la energía que llega al hombre lo hace en un setenta por ciento a través de los alimentos. El punto de vista oriental no se basa tanto en la estructura química o la clasificación en hidratos de carbono, proteínas, vitaminas, etc. La MTC se apoya en la condición termal y el sabor de los alimentos. Entra al cuerpo nutriendo el Qi, acumula fuerza y permite su liberación a través de las acciones del sujeto.

A partir del siglo IV en Occidente, la iglesia católica se ocupa no sólo de pretender ser la exclusiva guía espiritual del ser humano, de  plantear una cosmovisión dogmática, exclusivista de sumisión a las autoridades eclesiásticas. Desde el siglo III la institución se encarga de monopolizar la comida utilizando su poder omnímodo, de modo que si alguien quería sobrevivir debía someterse a ella.

Al recuperar  su poder, el hombre debe tener acceso libre a los alimentos. Cualquier régimen social, de cualquier signo político será injusto si no asegura comida básica a todos sus habitantes.

 


El otro aspecto del poder es lo que llamo el erotismo o la libido. No uso el término sexualidad, aunque está incluido en los primeros, debido a que el mismo suele asociarse a la genitalidad, la heterosexualidad y limitar su función a la reproducción. Erotismo y libido incluyen el sexo asignado al nacer, el género, la identidad de género;  como una gigantesca mezcla de ameba y camaleón, en incesante movimiento no sólo se expresa en la forma del erotismo stricto sensu,  sino que es la base del arte, de todo aquello que requiera pasión, de la actividad chamánica y de la elaboración de cosmovisiones, tanto en forma individual como referidas a un pueblo. Puede corresponderse con la definición de “Mojo” término tomado de la película de Austin Powers y cuyo significado va desde el carisma de contenido sexual hasta la capacidad creativa. En la ficción, quitan el Mojo al protagonista y lo colocan en una botella que es robada, se derrama o se pierde:  un constante desafío para su realización.

Para el lector que desee ampliar sobre este concepto de sexualidad, lo remitiré a mi artículo Sexo Iniciático que desarrolla aspectos laterales sobre el tema. En este texto, me limitaré a afirmar que la libertad y el poder del hombre provienen en gran medida de la aceptación, las posibilidades de elección y el manejo de su sexualidad. Todo régimen que coarte la sexualidad, está apropiándose del poder que le corresponde al individuo. Pensamos en las iglesias, en especial las cristianas, y en efecto, la represión sexual está en las bases de sus postulados. Sin embargo, en China, país que oficialmente tiene el ateísmo como cosmovisión, hay una represión más o menos  explícita  hacia toda forma de unión que no sea estrictamente heterosexual. Recientemente se proyectó en ese país la serie estadounidense “Friends” y con sorpresa sus seguidores vieron que el estado había quitado varios diálogos que hacían referencia a dos personajes que mantenían una relación lésbica.

 


 Es de reconocer que la libertad sexual es lo que devuelve el poder al hombre, y una sociedad dirigista debe ser necesariamente puritana. La represión  de la iglesia se encuentra con la de una sociedad marxista, a pesar de ser su extremo opuesto. En ambos casos quienes ejercen el bloqueo a la sexualidad, son aquellos que detentan el poder. Saben que, si al individuo se le niega administrar su propia libido, cederá su poder a las autoridades de turno. En la actualidad, frente a un posible desastre ecológico en el planeta, la extrema derecha en occidente procura mantener el poder a toda costa. La perspectiva es el traslado de los sobrevivientes de la tierra a otro planeta, supuestamente Marte. Dirigido este evento por millonarios conservadores, tendrán a su servicio una  multitud de seres culturalmente castrados y posiblemente modificados en forma genética. Toda represión sexual, aun cuando se envuelva en ropajes espirituales, es siempre una forma de dominio de unos seres humanos sobre otros. En Estados Unidos, el puritanismo que acompañó a los primeros colonos procedentes de Inglaterra sufrió un proceso de secularización: se separó de su contexto religioso y permanece como un sentimiento, una pauta cultural que rechaza y reprime el cuerpo y por lo tanto la sexualidad, sea cual fuere la postura de la persona que mantiene la convicción puritana.

El chamán es la persona que, además de recorrer los diversos mundos con fines terapéuticos, dispone libre y totalmente de su sexualidad. Entre los nativos de Estados Unidos se habla de los berdache o “dos espíritus”.

Los berdache o bardaje, también conocidos como los dos espíritus, son individuos pertenecientes a pueblos amerindios de América del Norte. Tenían los patrones de conducta de los dos géneros (masculino y femenino). Los nativos homosexuales eran vistos como capaces de desafiar a la naturaleza y por lo tanto, especiales. En todas las comunidades se encontraban personas con este comportamiento, solo que con distintos -pero muy parecidos- nombres: mujer de dos espíritus, hombre de dos espíritus, y homosexual.

El término «dos espíritus» suele implicar que un espíritu masculino y otro femenino conviven en el mismo cuerpo, y fue adoptado recientemente por los estadounidenses nativos contemporáneos LGBT para describirse a sí mismos y las conductas particulares que reclaman. Existen numerosos términos indígenas para referirse a estos individuos en los diversos idiomas amerindios ya que «a lo que los estudiosos generalmente denominan "homosexualidad amerindia" fue una conducta permanente en muchos pueblos tribales».​

Hasta 1991, se han documentado personas «dos espíritus» de base corporal masculina y femenina «en más de 130 tribus amerindias, en cada región del continente, en cada tipo de cultura nativa».

 

De acuerdo con la cosmovisión cambia la valoración de la homosexualidad y la  transexualidad. Una sociedad hierológica lo percibe como la realización completa de los dos sexos en una persona, o sea la concreción del andrógino.

 


Según las narraciones recogidas por Ibarra Grasso, era frecuente que el chamán usara la seducción y la sexualidad durante sus viajes. El estudioso narra que entre los Caribe, el chamán en su viaje debía enfrentarse al Gran Fuego para obtener un secreto. La forma de comunicarse con él era convertirse en mujer, copular con el elemento y de ese modo obtener la información requerida. A su vez el Gran Fuego procuraba averiguar donde había matorrales para encenderlos.

Quienes nacimos en occidente hemos recibido sobre nuestra libido la impronta de la educación confesional que contamina la cultura. La culpa, el miedo y el tabú se manifiestan en el inconsciente y es un desafío prioritario y  colosal   cambiar esas posturas adquiridas.

 

La disponibilidad sin límites del alimento, así como la aceptación de toda orientación sexual y la elección individual e intransferible acerca de la identidad de género, forman parte del poder cuando le es devuelto al hombre. La vida que llevamos, en la que es problemático obtener lo necesario para la subsistencia  y en la que se reprime la sexualidad, es la que corresponde a un vaciamiento constante del poder. El tercer elemento que permite a un hombre o a una mujer disponer por completo de su fuerza primordial, es la identidad con la naturaleza.

Aquí no caben las ideas de “restaurar vínculos con la naturaleza” en el sentido de restablecer un lazo que supuestamente se ha perdido. Somos parte inseparable de lo natural, aun cuando vivamos en una cultura que lo niegue; aun cuando nosotros mismos lo neguemos.

En temas como éste, el lenguaje excluye y enajena. Crea un observador supuestamente separado de los objetos que describe. Es lo que ocurre con términos como natural o naturaleza: ellos forman parte de lo humano, son sus prolongaciones, antes que nada, del cuerpo al que sigue el espíritu.

Cuando el hombre se vuelve hacia ”lo natural” ubicado en su cuerpo o su entorno, el poder no se enajena, sino que se prolonga y se enriquece.

De allí que todo el problema del ambiente, del calentamiento global y de un posible colapso del planeta, está pésimamente planteado en términos de lenguaje. La explotación del hombre hacia la naturaleza no ataca “el hogar humano”, ya que lo que llamamos lo natural, no es un entorno, sino que es nuestra propia prolongación. En otras palabras, destruirlo es una forma de suicidio. El lenguaje habla de la naturaleza como algo que está enfrentado a mí, como algo separado, como una constelación de objetos de cuño natural, que llegan del cielo, de la tierra o de la atmósfera y que no tienen la intermediación de la mano del hombre. Recordaré un texto de la Carta del Jefe Seattle de 1854 al presidente de los Estados Unidos cuando éste le ofrecía devolver la tierra para hacer una reserva: “La tierra no pertenece al hombre. Es el hombre quien pertenece a la tierra”.

 


Hasta hace unos años, las causas de la ilusoria separación entre el hombre y lo natural, se explicaba por las revoluciones industriales, el avance de las ciudades, el desarrollo de la industria y la tecnología. Los pueblos originarios se reducían y ocupaban espacios cada vez más pequeños. Desde principio de siglo, los que habían sobrevivido a las guerras de conquista eran empleados en trabajos precarios, con sueldos de miseria.  A pesar de esto, muchos nativos seducidos por   el consumismo se trasladaban a las ciudades, confiando en participar en algunos aspectos de esa atractiva tendencia.

A la explosión producida por los avances tecnológicos, se suma en la actualidad el ataque frontal y directo a cantidad de ambientalistas y protectores de la tierra. Desde el 2018 las víctimas suman varios cientos  en países   gobernados por regímenes   con matices corruptos y autocráticos como Brasil, Colombia o Venezuela.  Gobiernos que tienen sus intereses centrados en la explotación industrial y en la aniquilación de los recursos. Es decir que aquellos que viven esta unidad primordial entre el hombre y la naturaleza, sufren además del traslado de sus intereses a la tecnología, el asesinato como política de exterminio .

Pero el ataque tiene otras motivaciones además de los intereses meramente económicos de las compañías transnacionales: muchas de las víctimas habían recuperado para sí la totalidad del poder y lo  ejercían de modo interactivo con sus comunidades. Los centros de dominación los consideran un silencioso desafío y por lo tanto los aniquilan.

 

 

 

Marx y Freud





 En el siglo XIX las cosmovisiones trazadas por Marx y por Freud, cuestionaron directamente el poder. La de Carlos Marx, apuntaba a la economía y por lo tanto a la distribución de los alimentos y de los servicios básicos para la vida. La visión de Sigmund Freud, cuestionaba lo que se sabía hasta el momento acerca de la sexualidad, la libido, el eros, etc. Es decir, dos de los elementos básicos del poder humano replanteados al margen de la religión y los ideales regulatorios de la cultura. Ambas cosmovisiones pretendían  devolver el protagonismo del hombre en cuanto a cuestiones de poder, de ahí que hayan sido perseguidas y estigmatizadas. Se trató de dos movimientos contraexplosivos que irrumpieron de pronto en la cultura, y que amenazaron la transferencia del poder a las instituciones financieras, políticas o religiosas.

Sin embargo, ni Marx ni Freud cuestionaron el contexto victoriano, acunado por la revolución industrial y la idea de progreso material.  

En la obra de Carlos Marx así como en la de sus seguidores, particularmente en la de Lenin hay una exaltación del progreso. Lo que se plantea es que quien puede llevar a sus últimas consecuencias la contradicción entre el hombre y la naturaleza, es decir explotar los recursos al máximo. Afirman que no es la burguesía sino  el proletariado en el contexto de una sociedad comunista.

Es interesante la noción desarrollada por Marx y Engels acerca del comunismo primitivo. Según ellos, era el que predominaba en la prehistoria, y si bien tenía las características de lo que Lenin llamaría la “Segunda fase de la sociedad socialista”, es decir la sociedad sin clases, se trataba de una economía basada en la subsistencia, cuyos niveles eran bajos y simples y no existía el desarrollo social.

De algún modo, en el esquema marxista, la historia describe un amplio camino circular para llegar a sus orígenes, pero con los ideales de progreso material y de explotación de la naturaleza desarrollados al máximo por la industria y la tecnología.

En cuanto a Freud, me parece muy ilustrativo el siguiente fragmento:

 

 “El problema de la dicotomía naturaleza cultura en psicoanálisis”

Juliana Zaratiegui

(Publicado en “Acheronta” – Revista de Psicoanálisis y Cultura – No 30 – Abril 2018

 

Freud ubica en la fuerza de la naturaleza y en la dificultad que encuentran las normas culturales para dominarla la causa más acuciante del sufrimiento humano:

Ya dimos la respuesta cuando señalamos las tres fuentes de que proviene nuestro penar: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad. Respecto de las dos primeras, nuestro juicio no puede vacilar mucho ; nos vemos constreñidos a reconocer estas fuentes de sufrimiento y a declararlas inevitables. Nunca dominaremos completamente la naturaleza; nuestro organismo, él mismo parte de ella, será siempre una forma perecedera, limitada en su adaptación y operación 

Para Freud la cultura tiene como función proteger al hombre de la naturaleza en él: No pediremos una fórmula que exprese esa esencia con pocas palabras; no, al menos, antes de que nuestra indagación nos haya enseñado algo. Bástenos, pues, con repetir que la palabra «cultura» designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres (4).

En estas citas, seleccionadas entre muchas otras puede leerse que para Freud la dicotomía naturaleza/cultura es algo evidente y se encuentra imbricada en sus teorías acerca del sufrimiento psíquico.

Asimismo, basta leer El Malestar en la cultura o Totem y tabú para advertir que sus ideas se encuentran alineadas con las teorías antropológicas de fines del siglo XIX ligadas al evolucionismo darwiniano. Para esta disciplina la cultura europea era considerada el punto culmine del desarrollo humano, situándose a los indígenas cuya forma de vida no se asemejaba a la europea como salvajes dominados por los instintos, sin instituciones sociales “sin ley, sin fe y sin rey”.
En estos textos se homologa el niño al salvaje en la medida en que todavía no ha sido lo suficientemente expuesto a la cultura. Por su parte, el neurótico es aquel que habiendo recibido la formación esperada lucha para no resignar las mociones de deseo infantil, que la cultura exige abandone, quedando detenido en el desarrollo libidinal cuya punto de arribo es la sexualidad genital adulta.

 


Saliendo del esquema del psicoanálisis ortodoxo, destaco la escuela Etnopsiquiátrica, desarrollada en el siglo XX por Devereux y Laplantine. Plantea la necesidad de sumergirse en sociedades hierológicas y tomar el chamanismo para establecer nuevas pautas de interpretación. De un modo u otro, tiende a corregir esta falta de identidad con lo natural en el psicoanálisis.

No existe en ninguna de las grandes teorías que marcan al occidente actual, la importancia del Chamán, entendiendo como tal el hombre encaminado a obtener todo el poder que ha transferido; el que se vincula a las instancias de la naturaleza para llevar a su comunidad a la liberación.

 

La particularidad del ser humano.

En otro artículo hago referencia al hecho de que el ser humano es un individuo débil en el momento de nacer. Esa debilidad le impide ejercer los dos pilares básicos del poder: la obtención del alimento y la expresión del erotismo.

Esta etapa del ser humano   dura toda la infancia y   llega hasta pasada la adolescencia. Durante la misma el sujeto necesita de los padres o representantes del mundo cultural que provean su alimento y  desarrollo. En condiciones normales, toda forma de educación requeriría que los responsables tomaran el poder del niño como algo sagrado, y que lo prepararan para que cuando llegue el momento pueda ejercerlo  plenamente y   con total libertad. Para ello, como señalaré en el próximo apartado, sería necesaria una unión constante y profunda con la naturaleza, una identificación con la misma, entendiendo que no es algo separado sino la prolongación del hombre y de la mujer. Es necesario identificar en el niño las propias tendencias sexuales sin alterarlas y procurar que tenga un acceso inmediato y natural al alimento.

Sin embargo, es en esta etapa donde el hombre se ve obligado a transferir el poder para su supervivencia en la que se forman y consolidan los ideales regulatorios. A despecho de la revolución sexual que se iniciara en la década de los sesenta y que estaría culminando con la eclosión de los grupos LGTBQ; a pesar del dramatismo y la urgencia de los grupos que pretenden salvar el planeta de las emisiones de carbono, pocos son los casos en los que la educación apunte a la tolerancia al reconocimiento de la orientación sexual y la definición de la identidad de género en el  niño; pocos son los casos en los que se vincule al mismo con los principios de la naturaleza.  La obtención de comida por parte de los padres se convierte en un hecho acuciante. A la vez los mismos se aíslan de la naturaleza: redes sociales; televisión; trabajo excesivo.



Cuando este niño entra a la juventud, el poder se devuelve a través de un rito puramente formal. Se asegura que cada cierto período, el sujeto puede ejercer su derecho a transferir este poder. Sin embargo, en la vida cotidiana, sometido al estrés, a falsos objetivos, a ideales emocionales que nunca podrá alcanzar; sometido al miedo y a la culpa, el poder es una enorme cortina tornasol que se pierde a cada paso; si pudiéramos colorearlo veríamos que la persona va dejando las huellas visibles de su dominio. La enorme fatiga en el momento de dormir, es la señal de una pérdida casi total del poder que le corresponde por naturaleza.

De este modo, cuando el sujeto vaya a votar en la época que corresponda, se sentirá feliz por ejercer este derecho y se acercará peligrosamente a una ilusión: los cuatro años que transcurrieran antes de elegir sus representantes, el poder habrá drenado a través de las pequeñas, numerosas y poderosas esclusas de la sociedad y de la cultura.

 

La sociedad explosiva.

La sociedad detonante en la que vivimos es la que produce esa succión vampírica del poder. La explosión que se desata desde los centros del dominio, afecta de forma disimulada pero altamente efectiva a los ciudadanos, en quienes insufla un constante temor al estallido. En su momento Donald Trump no sólo afirmó que el miedo es una de las fuerzas más intensas de la sociedad; lo llevó a la práctica basando su campaña en el terror al inmigrante delincuente y violador. Es el miedo crónico, que se transforma en angustia y se remite tanto a la vida colectiva como a la individual. A veces sentimos vagamente que ese grado de inquietud crónica nos quita fuerzas, pero no sabemos cómo impedirlo. Procuramos mantener nuestros trabajos y luchar para mantener una precaria estabilidad. Ante esto muchas personas acuden a las iglesias; en Estados Unidos, los cultos evangélicos son verdaderos centros que se encargan de absorber el poder de los fieles.

Cuando hablo de contraexplosiones, me refiero a procesos por los cuales el individuo o el grupo revierte la situación que produce la explosión. En otras palabras, detiene este drenaje de poder y lo recupera. La forma más efectiva de la contraexplosión es adoptar y practicar un arte. La vida contemporánea pone grandes obstáculos. El consumismo, la lucha por el alimento, hace que en la mayoría de los casos las personas consideren cualquier inquietud artística como algo exótico, separado de la vida.



En Estados Unidos no se considera el arte como la satisfacción de un instinto. En la mayoría de los casos, el sentido creador se asocia a una vida oscura y caótica, que se trata de  conjurar. Las   escuelas de arte forman gerentes artísticos, personas capaces de difundir y vender arte, pero escasean los centros formadores de artistas, y los que existen no tienen mucha difusión. .

Repasando el artículo anterior en el que desarrollé el tema del arte y de la contraexplosión,   el ejercitar pintura, literatura, artesanías,   conduce como punto final al desenvolvimiento  del chamán que existe en cada uno y que  por definición, sería la persona que ha recuperado la totalidad del poder y que no se plantea transferirlo, sino que lo ejerce a través de su oficio.

 

Comunidades contraexplosivas.

Empecé este artículo con una nota autobiográfica acerca de mi infancia:   utilizar  un área abandonada por el estado y los particulares, para desarrollar en un grupo de niños una conducta vinculada al juego, al contacto con la naturaleza; a una forma primitiva de arte.

Las comunidades alternativas o contraexplosivas empiezan en cada uno de nosotros. Son aquellas formadas por grupos pequeños, con un bajo perfil, tendientes a desarrollar la vida plena de cada uno de sus miembros.

Sobre este tema    volveré en un plazo breve para desarrollarlo de acuerdo con su importancia.

 

Gocho Versolari.

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