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Manual de supervivencia del artista

 



 

1 – El artista amenazado de muerte

 

 

 

 En  artículos o entrevistas, suelo referirme a la eclosión artística y  poética que sacude las redes sociales. Hasta hace pocos años, se consideraba que el mundo interactivo amenazaba  terminar con la lecto escritura o la contemplación de una obra. Sin embargo, desde entonces, pulula entre la gente joven y no tan joven, el deseo de destacarse como creadores: Facebook, Instagram, Twitter:  multitudes pugnan por que se lea la primera novela, el primer libro de poemas o se publique la primera reproducción de su pintura.

A pesar de lo saludable, alborozado y creativo, el impulso  es insuficiente. El artista debe ser siempre algo más que un artista, ya que de otro modo corre el riesgo de interrumpir y abortar el instinto desatado. . El joven que de modo casi clandestino escribe sus primeros versos; el pintor que traza sus primeras pinceladas, están  sometidos a un mundo cultural de dogmas que contradicen a cada paso ese impulso que lo lleva a escribir. La sombra de Calicles y su dictamen acerca de que la filosofía o la poesía sólo se pueden practicar en la juventud, pende como un alfanje sobre los cuellos castos de los creadores.

En caso de rebelarse contra la educación convencional de una manera frontal, el joven artista será considerado un “rebelde”. La voz del conformismo aconsejará permitir esa exótica tendencia, que ya todo pasará. La mayor parte de las veces es cierto.    Hay una fisiología del accionar artístico descripta en términos generales por la Medicina Tradicional China. La misma afirma que es en la juventud cuando se produce un exceso de energía que aporta el buen funcionamiento del riñón. A medida que se envejece, dicho órgano, considerado como la base de la vitalidad, va sufriendo un paulatino desgaste que en forma gradual afecta al resto del cuerpo. En condiciones normales la energía del riñón cuando funciona en forma equilibrada es la fuerza vital, el entusiasmo. Cuando su potencia se desequilibra, dicha emoción se transforma en miedo. Es la explicación no sólo del envejecimiento individual, sino de un conformismo conservador de las principales instituciones de la sociedad. Miedo creciente que no se separa de nuestras acciones. Nuestro entusiasmo juvenil mengua y a él lo acompaña la poesía. El miedo puede aherrojar la voz del creador. El miedo a todo: antes que nada a la falta de sustento, teniendo en cuenta la falta de rédito pecuniario del accionar poético; muchas veces un trabajo considerado “respetable” tiene varios requisitos para la imagen de quien lo ejerce, y escribir versos es visto con desconfianza.

El artista adolescente, el rebelde, suele encontrar los límites cuando cumple con uno de los “ideales regulatorios”  de la sociedad, es decir cuando inicia un noviazgo serio, una relación con vistas al matrimonio. Se dice que el joven o la joven “sentó cabeza” y en la pesada tarea de formar una familia debe dejar de lado sus veleidades líricas. (existe la posibilidad de que el compañero o la compañera comprendan y aprueben el impulso poético, en cuyo caso la historia tendría una variante: la crisis se pospondría hasta la llegada de los hijos y el aumento creciente de las obligaciones)

Frente a esto, desde el fondo de la historia, Calicles sonríe y asiente.

¿Cómo derrotarlo? ¿Cómo permitir que el espíritu artístico nos posea hasta la vejez?

En sucesivas entregas llegará la respuesta.

 

 

 

 

 


 2 – El artista salvaje

 

 

Dentro de todos nosotros hay una dimensión caótica, efervescente, que por su naturaleza tiende a manifestarse, a expresarse, a saltar, a imponerse aún por encima de las nociones adquiridas. No siempre se presenta, y lo más frecuente es que nuestra educación y los moldes regulatorios impuestos desde la infancia, hagan que esa dimensión se cierre y permanezca en vida latente durante muchos años y a veces hasta la muerte.

El resultado es una vida enajenada. Pautas seguras, socialmente aceptables, que no son las del incipiente artista invaden la existencia Deseamos ser aceptados y nos convertimos en esclavos de los afectos y los aplausos. Dialéctica de las redes sociales: exponer nuestra interioridad, nuestros gustos, nuestros deseos más básicos;  obtener una  aceptación transitoria mientras el  Big Data nos desarticula,  y nos hunde en el anonimato de las cifras  para que  políticos  y empresas manipulen el deseo volátil de esa  mayoría que supuestamente es la que debe decidir en las cuestiones de poder.

 

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En tanto esa voz poderosa, que procura hacerse oír y resonar con libertad; esa voz  con sus propias leyes y  sus propios ecos; esa voz que al principio resuena con fuerza, va enmudeciendo y amordazándose para beneplácito del statu quo. De no ser así, de no optar por el silencio, esa aceptación por la que tan duramente trabajamos podría derrumbarse.  Familia, amigos, sociedad, nos declararían abyectos. El significado del término es lanzarnos al otro lado de la muralla virtual  levantada para proteger el medio social. Allí, en ese afuera temido,  sólo pueden esperarnos el frío,  la soledad; el aislamiento.

En la pubertad o en el inicio de la adolescencia, la voz salvaje se manifiesta con toda naturalidad. Es la exigencia del cuerpo y de la mente. El primer poema, la primera obra de arte son una novedad en la familia. Entonces se rodea al niño de corifeos dispuestos a explicar lo que debe ser el arte. Una familia respetable, nunca formará un artista salvaje, ni nada que tenga ese adjetivo. Recurrirán a aquellos que han logrado domesticar la poesía, la pintura o la música. Invocarán a los que escriben componen o dibujan de acuerdo con pautas establecidas. Garantizarán que de hacer arte siguiendo ciertas reglas, el novel artista tendrá éxito. Esto significa que aquella poesía o ese arte incómodo que se relaciona con la voz que se intenta acallar, es despreciado, criticado, censurado. Aquello que responde a la medianía, las expresiones que “suenan bien”, que son de buen gusto, serán las aceptadas.

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En tanto, el duende, el “Daimon” socrático situado en alguna parte del cuerpo del artista, pugna por asomar, por hacerse oír. Es un enigma saber si lo logrará. En caso afirmativo, deberá enfrentarse a una resistencia más o menos intensa: se proscribe, se critica lo nuevo, lo que no se entiende, aquello que surge de paradigmas diferentes a lo que estamos acostumbrados. Habrá quienes se impresionen frente a la fuerza de las palabras, pero la mayoría en una primera aproximación con esa obra ebria de belleza, la considerarán de pésimo gusto. Carece de los oropeles a los que se acostumbra. Los temas no son los permitidos por la comunidad de artistas. El artista se ha negado a seguir los dictados de la domesticación. Al librar ese poema, ese cuadro, ha roto estrepitosamente una serie de reglas implícitas.

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En el contexto del  manual para sobrevivir, el primer consejo al artista es la clandestinidad. Escribir es un instinto y se impone seguir  las voces interiores. Aunque tengamos la convicción que la poesía y el arte son la razón de nuestras vidas, debemos contener el afán de exhibir prematuramente nuestros trabajos. Para eso hay que desarrollar el observador interior; este, además de ser el mejor crítico establece el primer circuito cerrado con el creador. Lo convierte en un cosmos autosuficiente. La torre de marfil para el artista es lo que la caparazón para la tortuga; protege la vida.  La obra se escribe y se lee en el mismo universo sin fisuras: esto garantiza la obtención de una fortaleza que le permitirá asomar y buscar al lector externo cuando el tiempo esté maduro; cuando ya nada pueda dañar al artista; cuando la voz haya crecido hasta el punto de ser imparable.

 


  3 – El artista clandestino.

 

El artista se encuentra entre la  fidelidad a  esa voz interior, profunda, caótica, que exige resonar con fuerza y la pertenencia a los grupos  primarios: familia, afectos, trabajo. Puede ser visto al principio con una mezcla de conmiseración y admiración, pero a medida que avance el tiempo y su tendencia se haga más firme, surgirán con mayor o menor intensidad   conflictos con familiares, novios o novias, etc.

En ese desgarro, el artista recorrerá un camino difícil. En algunos casos puede acudir a la versión degradada de la droga, propia del consumo occidental. Todo hombre mito recurre a sustancias que cambian su percepción a fin de acceder a esos recodos de la realidad que permanecen ocultos a la conciencia ordinaria. Cuando la droga cumple un papel de evasión, de embotamiento de esa voz interior, cuando no es un camino para que el ser se una a su lado salvaje, está exhibiendo su faz tenebrosa.

El artista  que desarrolla su impulso creador, no puede asumir sin más las cosmovisiones procedentes de la cultura occidental. Si se siente identificado con alguna de ellas, deberá primero hacer que pase por el tamiz de su creatividad; más precisamente, estudiar su papel existencial como artista en determinada cosmovisión. Sea un  enfoque liberal del mundo, un enfoque marxista, referidos a la economía y la política; sea el cristianismo oficial, el dogma de la iglesia, las cosmovisiones orientales: todo debiera pasar por su justificación como artista. Max Scheler escribió hacia mediados del siglo XX un libro que llevaba por título “El puesto del hombre en el cosmos” El artista debería cambiarlo por “El puesto del artista en el cosmos”, es decir no el simple ser humano, sino el hombre a quien le ha sido dado levantar el velo que oculta la realidad . Frente a una teoría tentadora, debiera formular una simple pregunta: Dicha cosmovisión, ¿tiene como centro al artista y sus expresiones? ¿Tiene como centro mi presencia poetizante, pictórica, escultórica en esta tarde, enesta noche, en esta mañana; en este lugar preciso del tiempo y del espacio donde se encuentra mi cuerpo?

El artista al  expresarse en un medio hostil, al evitar o vencer las múltiples formas que adopta la violencia, debe desarrollar la astucia de las plantas: sea cual fuere la circunstancia que las aparta de la luz, giran, se retuercen y realizan las volteretas más complicadas para encontrar  la fuente de vida. Del mismo modo, el creador debiera aceptar las reglas del juego que le provee la sociedad sin asimilarse por completo a las mismas.  En caso de no nacer con una fortuna personal, su arte le exigirá durante largo tiempo vivir de modo de encontrar soledad, silencio y las condiciones que necesite para la creación. Debe evitar siempre que sea posible las actividades enajenantes. Convendría que siga una carrera corta, de fácil salida laboral y que no demande demasiado esfuerzo.

Este llamado a la soledad se contradice aparentemente con la presencia inevitable de las redes sociales. Debe encontrar entonces el aislamiento en medio de la multitud virtual que lo rodea. Tener presente que cada vez que afronta su arte se encuentra solo. Que en ese momento no existen relaciones, amigos. Lo único que tiene sentido es el hecho creativo. Más tarde será el momento de salir a buscar lectores, oyentes, espectadores,  pero la  creatividad es un punto silencioso, solitario de plenitud; que cuando se manifiesta hay que  proteger como lo más valioso.

 


  – 4 – El artista y el hombre mito.

 

En estos artículos he hablado del hombre artista y del hombre mito . ¿Qué diferencia hay entre uno y otro?

El artista, el simple artista, es quien escribe versos y en el momento de hacerlo percibe aspectos de la realidad que no son accesibles al hombre común. Es   por lo que en la Grecia Clásica se consideraba al artista como enviado de los dioses. “El artista tenía una función religiosa y se sentía a sí mismo y le veían los demás como una vía de comunicación entre ciertas divinidades y los demás hombres” [1] De allí que el artista entre los griegos no fuera un hombre o una mujer ordinarios, sino alguien vinculado a los límites entre este mundo y lo que se encontraba más allá.

En la antigua Grecia, así como en toda sociedad Hierológica [2] había una conexión directa entre el artista y el artista y el augur o adivino. De algún modo las pitonisas de Delfos, que caían en sus famosos trances a través de los cuales podían responder y guiar a todos aquellos que las visitaban, ejercían una forma de arte, el arte adivinatorio. La etimología de musa, que se vincula a mente y memoria, también se asocia a mancia, o adivinación. Es decir, una visión a partir de esa eclosión de intuición que encierra la inspiración por la cual se puede percibir un  enfoque diferente del  mundo.

Las entidades sagradas hablaban al oído   del artista que recorría los caminos cantando sus propias composiciones, y que se conocían como musas, eran como todos los dioses funciones de sus vidas; se unían a la personalidad del creador hasta confundirse con ella. Partiendo de la base que nuestro yo no es un punto único y duro, sino que  está formada por varias tendencias y voces, el artista es quien padece de algo parecido a lo que se conoce en psiquiatría como “síndrome de personalidad múltiple”, es decir varias entidades hablan a través de él. En este punto el artista se une al chamán o a lo que llamo el hombre mito, aquel que es capaz de internarse en el mundo psíquico y allí extraer visiones y resultados que servirán a los hombres de su comunidad.

Sin embargo, en nuestra sociedad occidental, sometida a un enfoque  confesional y cientificista, el chamán, el brujo, el curandero, están arrinconados en el basurero de la cultura. Cuando un joven de una familia respetable manifiesta ser artista, nadie piensa, como lo harían en la antigua Grecia, en las prolongaciones que tiene esta actividad con el mundo de los dioses. Se lo tolera con paciencia: esa tendencia será producto de la adolescencia, y desaparecerá cuando soplen los vientos de la adultez. A ver si este chico-chica se pone de novio o novia y sienta cabeza.

Lo cierto es que el impulso poético tiene en sí mismo la capacidad de generar una cosmovisión propia, de brindar un enfoque  del mundo exclusivo del artista, o de “corregir” las cosmovisiones que el mismo heredara de su entorno cultural.  Vivimos en una cultura basada en lo racional a ultranza. La visión del artista se apoya en la intuición, lo que no excluye el razonamiento, pero parte de esa visión profunda y certera  es la que engendra los versos. En alquimia se llamó vía seca a la exclusivamente racional y vía húmeda a la que incluía lo lunar lo oscuro, diferente pero con la capacidad de ser una fuente de conocimiento.

En próximas entregas veremos el ejemplo de algunos artistas en quienes sus posturas privilegiaban a regímenes o posturas que paradójicamente condenaban la acción poética. Entre ellos los grandes como Walt Witman, Pablo Neruda o Ezra Pound.

[1] “Artista y poesía en Grecia” por Francisco Rodríguez Adrados

[2] Sociedad o comunidad hierológica se considera aquella que tiene como centro lo sagrado. El término es introducido por el antropólogo y arqueólogo de origen mapuche Renu Aukanaw.

 





Gocho Versolari



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Gocho Versolari (Ricardo José Iribarren)

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