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Vida pública y privada de las explosiones - 2 - Explosiones y contraexplosiones



 

En los primeros años de mi juventud, participé activamente en un grupo   maoísta. Las razones de mi ingreso fueron varias: desde la influencia del Mayo Francés hasta una constante preocupación por los sectores sumergidos de la sociedad. El grupo   era un círculo de lectura y discusión donde al principio las actividades fueron  teóricas: estudio y   difusión a amigos e interesados; al  poco tiempo   se planteó para quien quiera asumirlo, un llamado a proletarizarse: a los participantes de    la organización, estudiantes de la pequeña burguesía, se nos instaba a trabajar a una fábrica. La consigna era emprender   “la larga marcha hacia la clase obrera”, parafraseando el concepto de Mao Tse Tung Durante la guerra civil de 1930  “La larga marcha de los diez mil li”

Mi familia no era pudiente, y anhelaba que su hijo siguiera una carrera que aportara ganancias y prestigio. Mis compañeros de universidad tan sólo aspiraban a una vida bendecida por los valores de la clase media: un buen trabajo, estabilidad, vivienda, un feliz  matrimonio y una hermosa familia. Mar del Plata en esa época era un pueblo pequeño, por lo que ir  a la clase obrera significaba una suerte de autoexilio, de separación no sólo de mi familia primaria, sino del entorno en el que había crecido.

Botas de goma, un mandil blanco de tela impermeable, y una gorra redonda, también blanca para sostener los cabellos fueron mi uniforme. Desde el primer día en el trabajo, mi experiencia sufrió una bifurcación. Por un lado procuraba encontrar en compañeros, supervisores y jefes, el esquema de lucha de clases; por el otro, aquella experiencia hizo que sumergiera mi cuerpo en otro ámbito: diferentes valores y otro horizonte vital. Desde el penetrante y persistente olor a pescado en mi ropa y en mi piel, hasta situaciones existenciales que nunca había experimentado,   En otro espacio realizaré un estudio crítico del  contenido del marxismo; lo  que cuestiono aquí fue la actitud  de   imponer un esquema teórico prefijado de cualquier signo que fuere,  a la realidad. Desarrollaré este punto  en los artículos correspondientes a Explosiones y poder. Aquí me limitaré a esbozar brevemente el impacto vital que tuvo la experiencia.

El trabajo consistía en cortar y procesar en forma manual diversos tipos de pescado: merluza, gatuzo, pez espada, etc.  Muchos de mis compañeros eran paraguayos, exiliados de la dictadura de Stroessner, no sólo por la represión política, sino por la extrema miseria que se vivía en el país. Ingresé a  la fábrica  un par de meses antes de Semana Santa. En este período, atento al precepto eclesiástico de no comer carne, las empresas de pescado trataban de satisfacer una enorme demanda. Cumpliendo jornadas de veinte horas, los obreros debíamos dormir tan sólo un par de horas en los pasillos,  para seguir faenando el producto.

Sin embargo, y cumpliendo también una condición estacional, un tiempo antes del feriado, la provisión de cajones repletos de pescado descendió. Fue entonces cuando tuve mi primera impresión de la clase obrera que por cierto  no fue idílica. Un día, luego de una larga espera, llegó un camión con varios cajones a los que se depositó   en la entrada de la planta. Nos abalanzamos sobre ellos. Llevábamos ganchos de acero con los que debíamos tomar una de las manijas de soga para arrastrar el cajón hacia la mesa y allí depositar los pescados. Los más fuertes eran los que se imponían. Quejándose, las mujeres se veían obligadas a quedar atrás; una de ellas, embarazada de 8 o nueve meses, sufrió por parte de algunos hombres golpes en su vientre con dichos ganchos  para obligarla a retroceder.




El estudiante que hasta el momento había observado un mundo teórico en el que podía reflexionar sobre el hambre y las necesidades vitales, se enfrentaba de pronto a esa carencia, a esa actitud salvaje en la que el valor supremo era obtener la comida del día.

Luego de varios meses de trabajo, una compañera muy joven que sufriera un desengaño amoroso, se disparó un tiro en  una zona cercana al corazón. Yo asistí a donar sangre; en mi adolescencia, las historias de amor se encuadraban en valores románticos, en los esquemas de las novelas rosa. Allí tenían la contundencia de la muerte.

En esos años, Michel Foucault en Francia promovía su obra con la edición de algunos libros y con muchas conferencias. No estoy seguro si ya había elaborado el concepto de “Heterotopía”, es decir espacios ubicados en la misma ciudad, pero cuyas características de vida pueden ser muy diferentes y hasta opuestas; barrios y cementerios por ejemplo; Foucault señala los museos como una heterotopía curiosa, ya que situados en la actualidad investigan e indagan  situaciones ocurridas en otros tiempos.

En mi experiencia al entrar en la industria del pescado, siempre me sorprendió que a pocos minutos del centro de la ciudad, de la frivolidad, de la cultura del escaparate característica de  Mar del Plata, se encontraran ambientes como aquel donde la  lucha feroz, descarnada por mantenerse vivo formaba parte de lo cotidiano. En cuanto a la teoría del filósofo francés sobre las heterotopías, hoy puedo decir que las mismas tienen sentido cuando el observador sumerge su cuerpo en los ambientes diversos y a veces opuestos que se  ubican unos junto a otros en la misma ciudad. Es la condición para crear una cosmovisión robusta y  que sirva a  la vida.

Tardé mucho tiempo en comprender a fondo los cambios sufridos por esa experiencia . A partir de la misma, ya no   tomé en serio las cuestiones teóricas o las preocupaciones y angustias de mis pares. Era como si participase, de una verdad oculta a la que no podía expresar en palabras, pero que brindaba un contexto diferente  a todo lo que me rodeaba; personas, grupos, cosas.

En cuanto a mi familia, la oposición fue total. Mis padres iniciaron un duelo indefinido, sintiendo que habían perdido al hijo. Se tardó bastante  en lograr un atisbo de reconciliación. Lo cierto es que, sin saberlo ni buscarlo, esa decisión de trasladar mi cuerpo a otro entorno, había producido una explosión opuesta a aquella en la que estaba sumergido desde mi nacimiento.   Alterar el destino; romper el karma… habría muchas expresiones para llamarla, lo cierto fue que más allá de mis motivaciones iniciales, el haber cambiado mi entorno vital alteró mi  esquema de valores, preocupaciones, angustias o alegrías.

Con el paso del tiempo cambié de ideales, tuve retrocesos y avances, pero aquel gesto vital que en un momento me llevó a “marchar hacia la clase obrera” tuvo consecuencias que fueron  más allá de los inmediatos fines ideológicos. Se trató de una poderosa contraexplosión que marcó un claro límite con todo lo anterior. 

Contraexplosiones

Dudo que alguna vez Vida pública y privada de las explosiones se publique como un volumen y en un ámbito más amplio que la difusión de persona a persona.  La estructura es la de  artículos breves, de no más de 5000 palabras. La hipótesis  es que la actual civilización humana es el resultado  de una enorme explosión que sigue estallando indefinidamente y  se subdivide de acuerdo a diferentes culturas, países, estamentos de la sociedad y vidas personales de grupos, familias o individuos que la sufren. La comprensión de este proceso debe incluir una praxis que conduzca primero a la detención y luego a la reversión de la explosión original.    Por eso,  los artículos que componen el trabajo serán por un lado teóricos: conocimiento de la explosión, recursos para identificar sus etapas  y en forma alternada se irán incluyendo textos relacionados con la contraexplosión. La praxis propuesta requiere una realización inmediata; información y teoría necesarias; praxis simultánea al marco conceptual: la lucidez surge de ambas y permite detener las explosiones que nos afectan y realizar la reversión. Mientras escribo esto recuerdo un texto budista, el Sutra de la Flecha; una crítica universal a la postergación que promueve el exceso de teoría.  El Sutra es una respuesta del Buda Shakyamuni a un discípulo que lo interrogara sobre temas generales como la eternidad del mundo, la existencia de Dios, etc.

Es como si un hombre cae herido por una flecha envenenada y sus amigos, compañeros y parientes llaman a un médico para que le cure, y él dice: "No consentiré que me arranquen la flecha hasta saber por qué clase de hombre he sido herido, si es de la casta de los guerreros, si es un brahmín, un agricultor o si pertenece a la casta inferior". O como si dijera: No dejaré que me arranquen esta flecha hasta saber de qué nombre o familia es el individuo… o hasta que sepa si el arco con que me hirió era de chapa o kondanda… o hasta que sepa si el astil estaba hecho de una planta silvestre o cultivada…o si estaba emplumado con plumas de ala de buitre o de garza o de halcón o de gallo… o hasta que sepa si era una flecha ordinaria o una flecha tajadora o un vekanda o una flecha de hierro o de diente de ternera o de hoja de karavira"…

Ese hombre moriría, sin haber llegado a saber tantas cosas.

 

Descripción y clasificación




El término contraexplosión, que no existe en el diccionario de la RAE, se utiliza coloquialmente para designar un impacto sonoro y liberación de calor producidos por una combustión incompleta, fenómeno muy conocido por los motociclistas.

En este contexto, contraexplosión sería la acción de un individuo, eventualmente de un grupo o de una comunidad, por el cual se desata una explosión de signo e intensidad contrarios a la que aporta una situación cultural y socio familiar y que los contiene en su onda expansiva.

Cabe señalar que el primer paso es precisamente conocer en detalle el estallido o los estallidos, que nos son propios. En los artículos que siguen iré brindado sugerencias al respecto.

La conciencia más o menos  oscura de que estamos sumidos en una explosión, hace que cada generación busque la forma de replantearse la cosmovisión que la sostiene. Los movimientos de oposición colectivos adquieren en muchos casos  la forma de revoluciones: a simple vista son tendencias que se oponen a la línea central de la explosión. Cuando triunfan,   el resultado final es un nuevo esquema de poder similar al que se había intentado derrocar. La contraexplosión entonces no cumple el objetivo final de devolver el poder a los hombres, de lograr que los mismos accedan a sus recursos: desde la alimentación y la salud hasta la erótica y las expresiones artísticas.  Una revolución que llega al poder inaugura casi siempre una explosión tanto más intensa o cruel que la que derrocara. Se forman nuevos modelos de Clericracia y dogmocracia y con ellas renovadas formas de opresión.

Estas características son comunes a todo movimiento que se apodera del estado a través de un hecho armado, y en la historia los ejemplos son claros: la revolución francesa, la revolución rusa; en los Estados Unidos el período posterior a la Guerra Civil que se conoce como Reconstrucción. También pueden mencionarse las asonadas militares, en las que grupos de uniformados actúan en nombre de la restauración de valores que supuestamente se han perdido, pretendiendo reemplazar un proceso explosivo “de fines inconfesables”. Los casos son numerosos y siempre actúan movido por lo que llamo Mitos de poder.

Junto a estos reemplazos de gobierno, existen otros movimientos que no culminan en una apropiación del estado y reemplazo del régimen anterior, sino que están dirigidos a cambiar el paradigma social y de las personas. Me refiero al Renacimiento, el Mayo Francés, la cultura Hippie,  el Cristianismo original sin sus posteriores desarrollos eclesiales, etc. Son las que llamo Revoluciones Chamánicas, y también volveré sobre ellas en otros artículos.

El impulso natural de la contraexplosión está basado en un instinto oscuro, casi siempre atribuido a otras motivaciones, de detener y revertir el angustioso proceso explosivo que contiene a comunidades, grupos e individuos.

Hay varios tipos de actividades que originan la explosión.   La primera es un potente gesto vital, es decir una conducta que cuestione y se oponga a los valores impuestos hasta el momento. Se trata de un cambio de vida donde el propio cuerpo se traslada a una zona diferente a la que frecuentaba hasta el momento.

 El juego, es decir la actividad que no tiene un fin ulterior, como no sea el placer inmediato que produce y que sirve de base a toda forma de Arte.  Quien juega o practica su arte, detiene el proceso de explosión y va generando otras formas de oposición a la misma.

Tiene  importancia la actividad desarrollada en lo que  llamo  Los espacios intermedios las salas de espera, los intervalos antes de una graduación; los recovecos de un velatorio, etc. Ponerlos en un primer plano confrontando lo que llamamos  “los momentos importantes de la vida”, estimula el proceso de contraexplosión.

Aceptación y  ejercicio de la sexualidad. Toda explosión oficial se opone al erotismo, a sus manifestaciones múltiples. Recuperar la propia libido y sus tendencias, es una forma de contraexplosionar.

Desarrollo simultáneo de la intuición y la razón como dos vertientes necesarias para acceder a la realidad.

Finalmente, la creación de una sociedad alternativa en forma de pequeñas comunidades que se desarrollen al margen de los esquemas de poder surgidos  de  la explosión.

Hoy me detendré en la contraexplosión como gesto vital. Los otros puntos también serán tema de  futuros artículos.

 

 

 

Contraexplosión como gesto vital




La explosión en la que estamos inmersos es un proceso complejo con numerosas vertientes. Las principales son sus impactos, que afectan desde pueblos enteros hasta comunidades, grupos e individuos durante  varias generaciones. Familias obligadas a migrar por situaciones insostenibles, que al instalarse en un nuevo país generan historias donde los estallidos se repiten y se trasmiten a la dependencia; desplazados por guerras prolongadas; clases medias empobrecidas… 

La explosión tiene dos fases: en una se muestra  como un proceso incontenible de enérgico movimiento que nos convierte en un detalle de la onda expansiva y en otra en la aparente  inmovilidad de las instituciones que nos rodean, empezando por el estado y que buscan afectar nuestra vida, creando una ilusión de seguridad frente al estallido silencioso.

Para la explicación precisa del gesto vital de la contraexplosión, es necesario detenerse antes que nada en el juego del poder que acompaña a las explosiones.   El hombre es el único animal que requiere de un largo proceso de protección antes de empezar sus actividades, a diferencia de los demás seres del mundo animal que en poco tiempo se encuentran capacitados para   obtener el alimento o vincularse con fines sociales, sexuales, etc.

De este modo el sujeto humano nace con un grado de poder que de inmediato es delegado a su entorno inmediato. En condiciones normales, la educación y el desarrollo del niño debieran contener una gradual recuperación de ese poder primigenio que culminaría en la adolescencia y la juventud. Sin embargo, las instituciones exigen una constante cesión de dicha fuerza: escuela, iglesia, gobiernos, van formando al individuo de modo que cuando llegue la adolescencia, gran parte de la potencia que delegara vuelve a transferirse y el proceso se repite a lo largo de la vida. Luego de la juventud, el matrimonio formal, la compra de una casa; la llegada de los s hijos: hechos vitales que requieren la intervención de instituciones a los que se va enajenando el poder hasta llegar a la ancianidad.

En las sociedades sometidas a la explosión, la recuperación de dicho poder es necesario para lograr la contraexplosión tal como la describo más arriba:  movimiento vital, casi nunca racional dirigido en contra del estallido que afecta al individuo y que tiene la fuerza de detenerlo o revertirlo.

En muchos adolescentes hay un momento en que dicha fuerza se recupera por completo, de allí que la contraexplosión que se produce en esa etapa sea más intensa y radicalmente opuesta a los valores aportados  por la educación. Entonces la cultura a través de la familia, la escuela o el grupo de pares interviene para que  el sujeto vuelva a delegar el poder. Así, la segunda contraexplosión que se produce en el inicio de la juventud casi siempre  es “socialmente aceptable”. Con la transferencia de todo o parte del poder a figuras o instituciones,  la contraexplosión   no se opone en forma radical a la explosión generalizada, Casi siempre  es absorbida y , fagocitada   

En el apunte autobiográfico con el que inicio este artículo, señalo una doble variante en mi contraexplosión: una, la motivación teórica que me llevó a la misma, vinculada al marxismo. De alguna forma, tomar partido por una posición política (Podría ser también religiosa) ,  implicaba una forma de delegar el poder. Sin embargo, la contraexplosión tuvo resultados en el cuerpo sumergido de pronto en un medio donde pudo comprender con sus propias razones, la contundencia de la naturaleza humana.

Es  importante  señalar que al  transferir poder al cuerpo o  a la naturaleza en cualquiera de sus formas, no lo estamos delegando: el cuerpo y lo natural son nuestras prolongaciones, y todo lo que llevemos a ellos se mantiene en el área de la propia vida.  En otras palabras: nuestros cuerpos, a despecho de la ajenidad y el desprecio establecidos por la educación confesional, somos nosotros mismos. En cuanto a lo natural nuestro lenguaje nos lleva a hablar de la naturaleza como algo enfrentado, externo a nosotros. Podemos estar más o menos unidos  a ella, pero siempre desde una distancia, desde una separación. La realidad básica es que somos la naturaleza. Los defensores del medio ambiente deberían replantear sus postulados: cuando se ataca al planeta, no se destruye “nuestra casa”, sino que estamos suicidándonos. La naturaleza es nuestro cuerpo extendido;    la lluvia,  el viento,   los crepúsculos o los amaneceres son medios de unión con quienes nos rodean; personas, animales o cosas.

Volviendo a mi esbozo autobiográfico:  Con el paso de los años, la motivación teórica basada en un marxismo dogmático fue cambiando como cosmovisión, pero los efectos de  haber rodeado mi cuerpo de otro entorno y otras exigencias se mantuvieron. Este sería el requisito vital para la contraexplosión: comprometer el cuerpo, la existencia toda en un proyecto que en cierto momento de nuestras vidas exprese nuestro ser más profundo.

Empezar de nuevo en otro sitio; inmigrar de un país donde la vida se ha hecho imposible; convivir con gente de una cultura diferente a la nuestra. Cuando nos retiramos del entorno   contaminado con la explosión;  cuando nuestro cuerpo    debe funcionar de acuerdo a nuevas exigencias, cambiamos el aspecto y el sentido del estallido primordial en el que nacimos.    

La contraexplosión como gesto vital no requiere de muchas explicaciones. No debe producirse necesariamente en la adolescencia o la juventud, sino en cualquier edad de la vida. Lo cierto es que  cada  vez que se expresa, la explosión en la que estamos inmersos puede detenerse. Una mañana despertamos y al asomarnos a la ventana la vemos como un monstruo enorme, con sus tentáculos humeantes; inmóvil, palpitando. De nosotros depende que no continúe con el estallido y que no nos arrastre como minúsculas partículas. De nosotros depende que   dicha explosión pueda retornar, fundirse con su origen y desaparecer.  



Gocho Versolari
 

 

 

 

 

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