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En épocas
muy remotas los hombres se comunicaban
por el silencio. En realidad la expresión debiera entenderse no como un
silencio absoluto, como una falta de sonidos. El hombre callaba y dejaba que lo
que hoy llamamos naturaleza, es decir su entorno físico, montañas, árboles,
bosques, fuentes de agua o animales hicieran oír sus voces. Había una
convicción profunda, que se mantiene hoy en algunas cosmovisiones orientales y
en sociedades hierológicas, por la cual lo que consideramos inanimado
participaba de la vida. Del mismo modo los animales tenían mucho para decir.
Para
establecer lo que sería un hecho comunicativo en esa época, imaginemos a un
anciano llevando a un joven o a un grupo de jóvenes hasta un bosque. Esperarían
bajo los árboles a que el viento empezara a soplar, y el murmullo de las hojas
sería el sonido con sentido. Lo mismo podría ocurrir con un río, un volcán o las
voces de los pájaros y de las bestias. Cabe señalar que en esta época
primordial había una interpenetración
clara y constante entre el ser humano y lo que llamamos naturaleza, de modo que
las voces de los elementos y de los animales eran las propias voces del hombre.
Resulta difícil imaginar esta situación. Resulta difícil precisarla, ya que
implica un cambio profundo de mentalidad. Quizá el lector que se
ha criado en montañas, junto al mar, al río o en medio de un bosque, pueda acudir
a una experiencia lejana con silencio sobrecogedor en el que estaban
inmersos nuestros ancestros.
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La palabra
surge en el momento en que el hombre procura imitar estos sonidos de la
naturaleza. La escritura a su vez, cuando trata de expresar gráficamente las
escenas de este escenario natural. De algún modo, a través de su garganta, de
su aparato de fonación, el hombre podía
traer a los suyos los sonidos de la
naturaleza. Esto, de algún modo lo convertía en aquello que intentaba expresar.
Había una comodidad notoria en esta actitud, pero a la vez la misma implicaba una
sutil separación con la naturaleza.
El habla,
con los elementos básicos que tiene hoy en día, surge después, cuando estos
sonidos, más articulados, con elementos constantes pasan a designar los
diferentes elementos.
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"26.Dijo Dios: «Hagamos al hombre
a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y
sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y
los reptiles que se arrastran por el suelo.» 27.Y creó Dios al hombre a su
imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó. 28.Dios los bendijo,
diciéndoles: «Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla.
Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo
ser viviente que se mueve sobre la tierra.»"
Génesis, 1 - Bíblia Católica Online
Aclaro que, al citar la Biblia, prescindo por completo del sentido
confesional. Recurro a ella como la memoria de un pueblo que marca de algún
modo lo que serían las cosmovisiones occidentales. En este pasaje, que abarca tres
versículos, hay opiniones de estudiosos que encuentran una yuxtaposición de
elementos contradictorios. Ambas creaciones hacen referencia al hombre y al
resto de los seres. En la primera, el ser humano estaría en relación con el
resto de los elementos ocupando un punto central mientras que las cosas y los
seres se ubicarían en círculos concéntricos situados a su mismo nivel. (Herbert
Von Rad – Libro del Génesis)
En la segunda creación, se lo ubica en el vértice de una
pirámide mientras el resto de la creación ocupan círculos concéntricos
descendientes y sometidos a su voluntad y autoridad. Además en la primera se
sugiere que Adán era andrógino, mientras en la segunda aparece diferenciado
como hombre y mujer.
En la primera de las creaciones, el hombre surge en una
comunión constante con lo que luego se dio en llamar la naturaleza. No hay
relaciones de jerarquía con los demás seres y elementos. Corresponde a lo que
llamo la etapa del silencio.
En la segunda creación, hay ya una separación entre el hombre
y el resto. La separación llega con el sonido, con la denominación que debe
colocar a las cosas y a los seres para dominarlos. A nivel práctico puede tener
gran importancia, pero cada nombre encierra un concepto que de algún modo pone
un velo entre el elemento nombrado y el ser humano.
De allí que cuando la utilización de la palabra evoluciona
hasta convertirse en idiomas complejos (Aún no se habla de escritura), ya se ha
abandonado el silencio como ámbito de comunicación. La palabra designa, explica
el mundo, coloca divisiones, pero a la vez lo deforma. Las cosas ya no tienen
la contundencia y la vida que disfrutaban los primeros hombres. Al nombrarlas
ceden parte de su fuerza al sistema humanos de conceptos. Al utilizar el
conjunto de los hombres la palabra para
comunicarse, el mundo ha dejado de ser lo que era.
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Este apelar al silencio primordial surge en algunas escuelas
como la pitagórica. En las mismas se proponía un recorrido por las formas de
trasmisión de la cultura, el medio que modela al hombre. Es así como la primera
de las fases que correspondía al neófito era el silencio: los akusmáticos, es
decir aquellos que se sometían a la prohibición de modular sonidos.
De todos modos, estos procesos llevan varios milenios antes
de concretarse. Cuando Platón se queja de que la palabra hablada cede ante la
vigencia de la palabra escrita, se refiere a un lenguaje que en muchos niveles
de la sociedad tenía un carácter concreto, es decir señalaba la situación
precisa sin caer en abstracciones. Es el propio Platón y luego Aristóteles,
quienes brindan a la lengua este carácter abstracto. Aún hoy en el Mapu Dugun,
la lengua que hablan los mapuches, hay un sinnúmero de expresiones para
designar las distintas formas en las que un hombre entra a una casa.
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En la actualidad, tanto la palabra escrita como la
comunicación a través de las redes sociales, reemplaza las selvas del planeta
por selvas de conceptos. Nuestros cerebros se cubren con cascos espesos a
través de los cuales nos conectamos con el fantasma de la realidad.
Es bueno observar la actitud de los orientales
especialmente de los japoneses en relación con la ciencia occidental. Toman de
la misma lo que les resulta práctico y cuando regresan a su lugar de origen
siguen practicando sus tradiciones antiquísimas que incluyen el animismo, el
espíritu de cuerpo, etc. A veces los científicos occidentales los acusan de traición.
Lo importante es que un poeta debe ser capaz de recorrer en su expresión todas las formas históricas en que se expresara la humanidad. Su poesía debe partir del silencio, recorrer la palabra hablada, la palabra escrita y desembocar en las formas de expresión de la era digital para regresar a esa imponencia de la falta de sonidos. De allí surgirán los versos llameantes y sólo así las palabras podrán tener sentido.
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