En un pasado artículo hice referencia a la militancia política en un partido clandestino
de izquierda durante mi juventud. En forma somera describí mi ingreso a la
clase obrera, más precisamente la industria del pescado que en aquel entonces
era una de las bases económicas de la ciudad de Mar del Plata. Allí se recibían
los peces extraídos del mar por buques pesqueros y se procesaban en las plantas
ubicadas en tierra.
Al entrar como operario a una de estas factorías,
mi formación había sido la de un marxismo teórico, de modo que en las relaciones de trabajo, procuraba con cierta obsesión, descubrir y esclarecer los principios de la lucha de clases. Desde el
café que tomábamos en las mañanas hasta la forma de volcar los cajones en la
mesa para disponer del pescado a procesar. En otras palabras, yo llegaba a esa
realidad que era nueva para mí con unas gafas que la deformaban. Si en vez de
haber sido marxismo, mi postura fuera religiosa y yo procurara la conversión y
evangelización de aquel grupo humano, hubiera sido lo mismo. Burguesía y
proletariado; explotadores o explotados;
justos o pecadores; cielo e infierno… El
elemento común era la dualidad irreconciliable, la confrontación y por lo tanto
la explosión.
Apuntando a las circunstancias precisas, a los
conflictos dentro de la fábrica, redactaba volantes con consignas exhortativas.
Estas hojas eran repartidas al día siguiente por miembros del partido ajenos a la planta. La distribución de este material
producía diversas reacciones que iban desde un rechazo absoluto, temiendo que
con ello pudiera perderse la fuente de trabajo, hasta una minoría que aceptaba
con entusiasmo las consignas.
La modalidad de agitación fue llevada a otras
ramas de la producción: en los gremios de la madera o de la carne, por ejemplo,
se introducía un miembro de la organización que en contacto con las
circunstancias elaboraba llamados y consignas acerca de lo que ocurría en cada sitio preciso.
Era el principio de la década de los setenta en
Argentina. Desde España, Perón dictaba las políticas para los diferentes
sectores de la sociedad. Los sindicatos, en especial en una Mar del Plata con
importantes industrias, eran muy celosos del poder que habían adquirido y que
representaba grandes cantidades de dinero a través de cuotas de afiliación,
arreglos con la patronal, planes
sanitarios, de vivienda, etc. Por eso
los dirigentes vieron con desconfianza y alarma el movimiento que se limitaba a hacer
circular volantes entre los obreros de las diferentes industrias: ignoraban su
procedencia, entendían que se trataba de la izquierda, pero no encontraban
relación con las organizaciones o
partidos conocidos.
El conflicto
estalló en uno de los
frigoríficos que faenaban reses ubicados en las afueras de Mar del Plata. Luego de algunas semanas en que un miembro de
la organización repartiera en forma
clandestina varios volantes, los dirigentes del sindicato concluyeron que el
responsable era un joven recién llegado a la
comisión directiva y lo acusaron de repartir las hojas agitadoras. Como parte de sus
métodos, no procuraron dialogar con él, sino que lo emboscaron y golpearon
brutalmente hasta desmayarlo y producirle además de varias fracturas, una conmoción cerebral.
Alguien que tenía contacto con la víctima, aseguraba que desde el hospital, seguía
jurando que no había lanzado los volantes; que sabía que “habían sido los
estudiantes” y lo iba a averiguar.
En las discusiones internas de la organización hubo
quien planteó la necesidad de hacer público que el dirigente gremial no tenía
que ver con la agitación. Que la misma pretendía estar dirigida a las
condiciones de opresión de los trabajadores y que no apuntaba a ninguno de los
sectores sindicales. Se descartó cualquier declaración en este sentido: aunque
fuera clandestina, terminaría afectando la seguridad.
Como digo más arriba, con las anteojeras de la
lucha de clases y de la confrontación irreversible, seguimos agitando. Quizá en
este hecho hubo toma de conciencia acerca de ciertas situaciones injustas, pero
otra actitud hubiera sido partir de una observación sin preconceptos acerca de
los trabajadores en la ciudad de Mar del Plata. Escucharlos, constatar sus
aspiraciones, dialogar con ellos. Con la agitación y los volantes se pretendía
ejercer un micropoder en el sentido de Foucault, sólo que estaba contaminado:
la realidad debía ajustarse a un esquema prefijado y cuando lo hacía era para
resolverse en forma de conflicto antagónico, como ocurriera con ese miembro del
gremio de la carne, que llevó sobre sí los golpes que estaban dirigidos a
nosotros.
Nunca he jugado al billar e ignoro su reglamento; reconozco que tuvo un papel en la historia de la filosofía, apoyando las reflexiones de
David Hume que pretendía vincular el juego a la teoría de la causalidad. De
allí que ahora, a pesar de mi ignorancia, procuraré
encontrar una relación simbólica entre la mesa de billar, las bolas, el taco y
las cosmovisiones de las diferentes culturas. Por lo pronto, pintemos las bolas
en forma equitativa con colores opuestos: la mitad blancas y el resto negras.
Ellas representarán los elementos opuestos en las concepciones de una sociedad:
Bien y mal, civilización y barbarie,
puro y contaminado, gracia y pecado…
Si el juego es brusco, las bolas chocarán violentamente unas contra otras, procurando desplazarse del espacio, afirmando con sus movimientos que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo o que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio. El traqueteo de la mesa recordará la metralla o el desarrollo más o menos rápido de una explosión hasta que todas las bolas entren al hoyo. El tapete verde, gloriosamente vacío, sería lo más parecido a la concepción del paraíso para la sociedad en cuestión.
Utilizando la imaginación, digamos que un taco, o quizá la tiza con la
que se lubrica su punta, posean súbitamente una capacidad desconocida. Coloco
entonces la totalidad de las bolas en el triángulo, y al golpearlas se produce
un sonido musical, una luz que las riela, y un desplazarse lento, cuya
velocidad no está relacionada con el impacto inicial. Las bolas entonces se
diseminan por el tapete, como si ejecutaran una lenta danza. A veces, al chocar
accidentalmente unas con otras, los colores se intercambian
En el primero de los casos, (ya lo mencioné) se encuentra la lógica
aristotélica, al menos como ha llegado hasta nosotros a través del tomismo. Las
reglas son rígidas: los elementos opuestos no pueden convivir. Esto se traslada
a la dialéctica hegeliana y a todas sus consecuencias, incluido el marxismo: el
proceso por el cual se logra la síntesis exige que los elementos opuestos
desaparezcan.
Haré referencia a una corriente que para algunos es el inicio de las
tres grandes religiones monoteístas de occidente. No es
mucho lo que se sabe acerca del mazdeísmo o zoroastrismo, ya que cuando surge lo hace en términos exclusivamente míticos y
vinculado al imperio medo persa (Fue la religión oficial de Ciro el Grande). El
mazdeísmo tiene dos principios irreconciliables, Ormuz y Arimán que luchan en
forma incesante desde el principio de los tiempos. Es el enfrentamiento
antagónico entre la sombra y la luz, la vida y la muerte; una lucha eterna que
divide a cada uno de los seres y los lleva a enfrentarse entre sí. Es posible
que en los orígenes de la cosmovisión los principios opuestos tuvieran otro significado
en un contexto chamánico, pero el
imperio la adoptó y la convirtió en base de su política anexionista y
belicista. Son los medo persas quienes invaden Israel y destruyen por primera vez el templo de los judíos, sometiéndolos
a cautiverio. Para la misma época asolarán las colonias griegas de Asia Menor y
durante varios siglos serán la pesadilla de la Hélade, hasta que los griegos
logren vencerlos.
Bien y mal, ortodoxos y herejes, trascendencia e inmanencia, cielo e
infierno. La iglesia cristiana está plagada de estos enfrentamientos y
naturalmente su historia es la de las guerras que ha llevado adelante.
Explosiones que convertirían a Roma y los estados sometidos al papado, en
intensas potencias detonantes.
La Suma Teológica de Tomás de Aquino, concebida como un texto de
formación para estudiantes de teología, utiliza esta concepción: se presenta la
tesis, la antítesis y cuando es el momento de terciarla se recurre a una serie
de personajes a los que se apela por su autoridad: El Hijo, es decir Jesucristo
citando los Evangelios, el Filósofo: el propio Aristóteles, San Agustín, el
Apóstol, es decir Pablo de Tarso, etc. De este modo la conclusión y la
resolución de los opuestos no surge del propio razonamiento, sino de la
autoridad indiscutible e impuesta de una
serie de figuras.
Recuérdese que estos personajes dueños del criterio en lo que hace a la veracidad o
falsedad de las premisas de la Suma, sirvieron de inspiración al Martillo
contra las brujas, de Spengler y Kramer, manual de bolsillo de los inquisidores
alemanes que sirvió para ejecutar a miles de sospechosos de hechicería.
De este modo, el juego de billar convencional en el que el taco golpea
una bola y ésta debe encontrar su lugar a cualquier precio, es la cosmovisión
base de occidente, la que establece una historia de explosiones concatenadas
que no sólo se manifiestan en la historia sino en las existencias individuales.
YING Y YANG
El segundo caso expuesto en la alegoría, es decir el impacto del taco
mágico y las bolas que no se confrontan sino que realizan una suerte de danza
armoniosa, cuyos colores opuestos pueden intercambiarse, responde a otro modelo
de tratamiento de los elementos opuestos dentro de una sociedad.
Lógica aristotélica; Dialéctica hegeliana: enfrentamiento de los
opuestos, aniquilación en pos de una síntesis. Todo esto se enfrenta a la
concepción taoísta por la cual el ying y el yang, los elementos opuestos en los
que se manifiesta el Tao, tienen un tratamiento completamente diferente. No
sólo no se enfrentan entre sí, sino que se interpenetran, permanecen y se
transforman uno en el otro. Los ejemplos más clásicos son el amanecer y el
embarazo. La noche, a partir del crepúsculo es crecientemente ying. Tiene
algunos momentos yang, pero a medida que avanza, la lentitud de los movimientos
la va haciendo cada vez más ying. Finalmente, un súbito y violento movimiento
cósmico, hace que surja el sol y el ying de la noche se
transforma en el yang del día.
En el embarazo, la mujer en forma gradual adquiere características cada vez más ying: lentitud, creatividad, hasta que, a los nueve meses, el movimiento del feto desencadena el proceso yang del nacimiento.
Cuando en el cuerpo humano se rompe esta fluidez entre ying y yang es cuando surge el trastorno: exceso de ying o exceso de yang; la transformación fluida no se cumple. La intervención del médico busca entonces recomponer la dinámica inicial, de interpenetración entre ambos elementos. Desde otro punto de vista, puede afirmarse que el enfrentamiento expuesto en las cosmovisiones occidentales, en el caso del taoísmo se expresa en algo similar a una danza: dos bailarines que se en sus movimientos se transformaran uno en el otro.
En Occidente es fácil encontrar vestigios de la oposición activa entre
los dos elementos: los grandes imperios de la antigüedad, de cuyas relaciones
de vasallaje se tomaba como modelo los términos de la alianza descriptos en la
Biblia. La consolidación de los imperios cristianos, y a partir de allí las
estructuras de poder en la Edad Media, las guerras como formas de dominio. El
esquema bélico de las sociedades detonantes ingresa en la Edad Moderna con la
aniquilación de las brujas, es decir la tendencia chamánica de Europa. Penetra
los estados modernos y finalmente desemboca en todas las guerras de dominio, en
el esclavismo y en las dos guerras
mundiales del siglo XX.
Lanzar al ruedo y hacer pelear los dos principios opuestos en los que se
basa una cosmovisión, trae resultados fácilmente reconocibles en cuanto a
enfrentamientos, dominaciones, guerras y explosiones de todo tipo.
Corresponde preguntar cómo la
alternativa ying y yang se proyecta en la sociedad. Cuál es el resultado
histórico y político de adoptar este comportamiento de los elementos opuestos
en una cosmovisión. La respuesta es China; se alegará que en el artículo
anterior expuse la presencia brillante de la muralla china, sancionando un
gobierno de naturaleza detonante como lo fuera el de Qin Shihuang marcado con
la aniquilación violenta de los opositores internos y externos.
La presencia de la fluidez en cuanto a los principios opuestos, esa
danza interactiva que a veces se deciden a ejecutar, se observa en dos aspectos
de la historia china: la incorporación a la cultura del Budismo, que emigrara
de India en el siglo I e.c. y por el otro el grado de intercambio entre las
tres grandes religiones del continente, es decir el Budismo, el Taoísmo y el
Confucionismo.
Agustín Paniker, en El Sueño de Shitala hace referencia en su
capítulo 9 titulado precisamente “Las tres religiones de China” a Matteo
Ricci, misionero jesuita de origen italiano que vivió más de treinta años en ese
país. Dice Paniker:
En época de Ricci existían en China tres “cánones”
identificados con tres religiones: el Daozang o canon taoísta, el gigantesco
cuerpo de Sutras budistas y los Clásicos (Jing) confucianistas. Para Ricci era
normal pensar que Laozi habría “recibido” los textos más antiguos del taoísmo;
los Sutras budistas se corresponderían con los sermones del Buddha; y los
Clásicos habrían sido escritos por Kongfuzi (Confucio) y recogerían unas
prácticas rituales muy antiguas. En otras palabras, cada fundador habría
recibido o creado unos textos que formarían la doctrina fija de su religión.
Ricci delimitó, así, las “tres religiones” de China de forma compatible con el
modelo abrahámico de religión. Un buen caso de Ge-Yi conceptual. Lo
cierto es que ni Kongfuzi ni Laozi fundaron sus “religiones”, ni sus textos
fueron revelados divinamente, siquiera el maestro Kong escribió los Clásicos,
ni los Sutras budistas son unos “Evangelios”. Los cánones orientales siempre
han sido provisionales ; de ahí que constantemente aparecieran más Sutras y se
añadieran tratados y comentarios, o se prefiriera destacar algunas parcelas en
lugar de otras. Ricci transformó lo que eran “tres enseñanzas” (budismo,
taoísmo y confucianismo) en “tres religiones”. Consideró las instituciones que
estaban fuera del Estado, es decir, el budismo, el taoísmo y la religión
popular, como oponentes del confucianismo (en su época, la tradición ligada al
Estado)
El resultado de
todo esto es que las tres religiones no formaban cuerpos separados, no estaban
enfrentadas entre sí ni tenían dogmas propios. Un confuciano (este término ha
sido de exclusivo cuño occidental y no se conocía en China), practicaba el
taoísmo y también podía vivir a la manera budista. Ricci, con una penetración
notable dada su formación religiosa dogmática, comprendió esta situación y
advirtió que la existencia de tres religiones no era adecuada para explicar el
conjunto de creencias chino. Éste, como gran parte de las cosmovisiones
orientales, estaba orientado a efectuar una búsqueda personal. Aquí entra a
jugar el modelo que expuse más arriba de las bolas de billar danzantes, es
decir aquellas que expresan elementos opuestos, los que se intercambian y se
transforman uno en el otro. La fotografía de la sociedad es de absoluta
tolerancia, de interpenetración de elementos que en occidente pudieran ser
opuestos y que llevarían sin duda a enfrentamientos bélicos. Conviene aclarar
que cuando Paniker habla de “tres cánones” hace referencia a algo muy diferente
a lo que pudiera ser una religión confesional . El término más
adecuado son cosmovisiones, conjuntos de creencias que incluso no tienen como
contenido la presencia de un dios trascendente y todopoderoso.
La misma
aplicación puede encontrarse en otro proceso que se produce a partir del siglo
I e.c. cuando el budismo decide abandonar India e ingresar a China en un
periplo que lo llevaría al norte de Asia. Agustín Paniker en el mismo libro, “El
Sueño de Shitala” hace referencia a este proceso uno de cuyos elementos
principales vinculados a la traducción de conceptos se conoce como Ge-Yi.
. Cuando el budismo llegó al Sudeste Asiático o al Himalaya
topó con culturas bastante permeables, deseosas de importar la “alta” cultura
índica; pero cuando se encontró con China dio con una civilización muy
estructurada, letrada y que ya era milenaria. A medida que el budismo fue
estableciéndose en China, y como no podía ser de otra forma, fue sinizándose.
De allí pasó a Corea, Japón y Vietnam. El proceso de sinización del budismo es
uno de los casos de préstamo cultural más fascinantes de la historia. Se trata
de uno de los tipos de relación con el “otro” más sutiles y sofisticados que
conozco. Por ambas partes implica el reconocimiento del “otro”
(ausente en una colonización o una evangelización, por ejemplo), junto a un
deseo de mantener la identidad propia. Lo muestra también el hecho de que la absorción del
budismo no produjo una indianización de China. Este trasvase revela procesos
que pueden ser muy ilustrativos. Veamos. Cuando los primeros monjes,
comerciantes y viajeros budistas indios y centroasiáticos llegaron a China, a
principios de la era cristiana (o común), toparon con un país singularmente
distinto. El lenguaje, los valores, la filosofía… todo era diferente. A los
chinos les sucedía lo mismo. La fascinación que siempre han mostrado los indios
por la abstracción, por la metafísica, por el escolasticismo, sus ideales de
renuncia al mundo y liberación… todo ello resultaba extraño a los chinos,
pueblo sumamente práctico y basado en principios morales y tradicionales bien
distintos. Una de las tareas principales de estos monjes itinerantes fue la de
traducir los textos sagrados en sánscrito y pali al chino. La empresa requería
un enorme esfuerzo de interpretación y flexibilidad cultural. Así, los primeros
traductores al chino de los Sutras budistas recurrieron a un estilo conocido
como “equiparación de conceptos” (ge-yi). Es decir, buscaron en la tradición
nativa que más se asemejaba al budismo, el taoísmo filosófico en ese caso, aquellos
términos y conceptos que pudieran ser equiparables. (Sigo a Roger Jackson.)
Por ejemplo, los Sutras decían que el “Buddha alcanzó la
iluminación”. La palabra sánscrita original para “iluminación” es bodhi, que
significa “despertar”. Por supuesto, no se trata de un despertar cualquiera,
sino del gran despertar. Aunque existen verbos chinos para “despertar”,
necesitaban un término que pudiera abarcar la naturaleza absoluta de la bodhi.
Y lo hallaron en el concepto tao (pinyin: dao). Como resultado, tradujeron “el
Buddha alcanzó la bodhi” por “el Buddha alcanzó el dao”.
Dao, que significa “camino”, también fue utilizado para traducir
dharma y, en ocasiones, para yoga. El nirvana búdico pasó a ser otro concepto
taoísta: la “no-acción” (wuwei). El karma halló su contrapartida en la palabra
ming, que suele traducirse por “mandato”. En fin, cualquiera que esté
familiarizado con estas tradiciones se habrá percatado de las desemejanzas
entre dao y las sánscritas bodhi, dharma o yoga, o entre wuwei y nirvana. Y es
que una traducción pura, una traducción que sea transcultural no es posible. Ni
los euroamericanos del siglo XXI ni los chinos del siglo IV podemos desasirnos
de nuestro lenguaje……
….. Como resultado, el budismo fue insuflado de ideas
taoístas, a la vez que el taoísmo se enriqueció con la integración de la
metafísica budista. Un experto como Heinrich Dumoulin ha dicho que el trasplante
del budismo de su tierra natal a la cultura y la vida de China puede
considerarse uno de los eventos más significativos en la historia de las
religiones.
Pániker, Agustín. EL SUEÑO DE SHITALA:Viaje al mundo de las
religiones (Spanish Edition) . Kairós. Edición de Kindle.
Lo que describe Paniker es el enorme esfuerzo de comprensión e
incorporación al marco cultural del budismo realizado por la sociedad china.
Ge-Yi significa precisamente "hacer
coincidir los significados" El proceso de incorporación duró varios siglos hasta que
finalmente el budismo fue considerado una de las religiones de la sociedad . Añade Paniker al final de su capítulo.
El interrogante que deseo plantear en este capítulo es si
acaso no estamos realizando una traslación de conceptos apresurada, un Ge-Yi
poco crítico, cuando hablamos de los fenómenos religiosos fuera del ámbito
donde el concepto religio apareció y en los que estuvo incrustado durante
siglos. No me refiero a que estemos realizando una mala traducción, sino a si
la mismísima traslación es lícita. ¿Es el concepto “religión” universal?
¿Podemos hablar de teologías, de filosofías o de religiones en el mundo yoruba,
malgache, japonés o zoroastriano? ¿No proyectamos nuestras ideas de lo religioso
sobre otras tradiciones y comportamientos? ¿Podemos equiparar el nirvana al
wuwei o brahman a Dios? ¿Estamos superponiendo conceptos judeo-cristianos sobre
otras dimensiones?
Pániker, Agustín.
EL SUEÑO DE SHITALA:Viaje al mundo de las religiones (Spanish Edition) .
Kairós. Edición de Kindle.
El autor se
refiere al intento de sintetizar o incorporar elementos de otras religiones
equiparando con demasiada ligereza términos de la teología occidental. En mi
opinión, el Ge-Yi tiene otras aplicaciones que exceden el ámbito religioso, si
bien al tratarse de oriente debe excluirse el criterio puramente confesional.
En el contexto de
las bolas de billar que simbolizan elementos opuestos que se enfrentan, las
consecuencias sobre la cosmovisión de dichas sociedades y sus consecuencias prácticas
configuran un esquema que nos es sumamente familiar. Se trata de una civilización
convencida de que sus avances técnicos y sus creencias son el súmmum al que ha
llegado el género humano. De este modo, cuando se enfrentan a otra cultura, a
otras cosmovisiones, se tiende a considerar las mismas como parte de una forma inferior
de humanidad. Esta convicción existió desde siempre; es la que motivó a los
grandes imperios para apoderarse de otras culturas, pero en la época victoriana
fue reforzada por la revolución industrial y el darwinismo: la mentalidad del capitalismo
aplicada a las leyes de la evolución. La
convicción de una civilización de ser el punto máximo al que la humanidad ha llegado
justificará gozosamente nuevas formas de esclavitud.
Si el budismo en
vez de entrar en China lo hubiera hecho en occidente coincidiendo con el
poderío cristiano, no habría escapado del ataque: esa nueva religión que
llegaba no sería otra cosa que una desviación del pensamiento ortodoxo y el
resultado hubiera sido una carnicería, encendiendo más hogueras
en Europa y el contenido de la cosmovisión, como ocurriera con los cientos de
herejías que se desarrollaron en la historia, se destruiría y silenciaría por completo. Una explosión más entre tantas; un estallido
aniquilante de toda una cosmovisión. Si
de esto dependiera, el budismo estaría extinguido, o al menos no sabríamos
en absoluto de qué se trataba.
Portugal en
África, España en América, Gran Bretaña en la India. Cabría hacer un modelo
ucrónico, es decir una alteración en las relaciones históricas entre estos países,
donde las potencias detonantes, en vez de desatar las explosiones practicaran
hacia otras civilizaciones una forma de Ge-Yi.
A partir de 1493, los
portugueses toman el Reino del Congo. De inmediato imponen el catolicismo y
utilizan el reino africano como fuente de esclavos para ser vendidos a altos
precios en el mercado internacional. En términos de fantasía, supongamos que un
importante sector de comerciantes lusitanos se sintiese atraídos por la
cosmovisión africana. Entonces, en vez de colocar puestos de dominación y
expoliación, montarían centros culturales dedicados a estudiar la
antigua cultura , su panteón, su vínculo
con la naturaleza; investigarían el animismo y los intensos principios
chamánicos de las religiones autóctonas. El objetivo sería abordar una
cosmovisión diferente a fin de enriquecer la suya propia, de brindarle un
cierto status y hacerla convivir con el Cristianismo en la propia Portugal.
Lo mismo podría
decirse de los ingleses frente a la India: cuando en el siglo XIX se inició la
invasión al remoto y antiguo país, un movimiento interno dentro de Gran Bretaña
pudo haber desarrollado con éxito la tendencia a estudiar aquella cultura
milenaria, a informarse de pronto sobre los detalles. Se hubieran suspendido
las acciones bélicas y los ingleses convocarían a representantes conspicuos de
la cultura india para que expongan sus detalles. Se hubiera convertido en una
moda, llegando quizá a toda Europa, como por otro lado ocurrió en el siglo XX
con la difusión de las escuelas védicas, la meditación trascendental, etc.
Y en cuanto a
España, en un artículo anterior, había descripto la aprehensión de Atahualpa
por parte de Pizarro. Según la táctica empleada, el sacerdote Valverde brindaría
al Inca una Biblia. Era la primera vez
que el emperador se enfrentaba a un libro, con una ignorancia completa de la
lecto escritura. Rodolfo Kusch cuenta que se limitó a olerlo, acariciarlo,
escucharlo para devolverlo al ministro
con una frase en quichua que podría traducirse como “esto no habla o no me dice nada”. Es entonces cuando
los soldados apostados detienen al inca y se inicia el proceso que culminará en
su asesinato.
Distinto sería si
las voces de la tierra, los extraterrestres o alguna influencia súbita hubiera
influido de pronto sobre Valverde y el sacerdote ante la devolución de la
Biblia, hubiera roto los diques formados por su férrea formación religiosa.
Como si de pronto cayeran las barreras y el hombre viera por primera vez la riqueza
incaica, el simbolismo de los monumentos, la afluencia expresiva de los Quipus… Esta tendencia se trasladaría a
Pizarro y al resto del ejército; entonces en vez de reducir al inca, harían el
esfuerzo por comprender los fundamentos de su cosmovisión.
En los tres casos
de esta ucronía un poco absurda y traída de los pelos, pero quizá útil
para el ejemplo, existe la actitud de considerar la cosmovisión a la que se
enfrenta la cultura potencialmente detonante, como algo valioso, digno de ser
estudiado. De pronto el afán de dominio, la convicción de pueblo elegido se
reemplaza por la curiosidad, por la certeza de que en eso hay algo
profundamente meritorio, que quienes lo llevan a la práctica y creen en la nueva cosmovisión son
miembros de una civilización que merece respeto. Esta actitud anula por
completo cualquier tendencia imperial.
El micropoder.
El imperialismo
empieza en el interior de cada individuo. Como también lo hace la potencia
del poder que delegamos en forma periódica, a veces diaria a otras estructuras
de la sociedad. El micropoder, es decir la forma en la que modelamos nuestras
vidas en función de ejes de dominio, es lo que genera a la larga las
estructuras del macropoder. La esclavitud, que según el marxismo forma parte de
una etapa de la humanidad, es una tendencia permanente. La necesidad de que
otra persona o un grupo dependa de uno, hasta el
punto de poder disponer de su vida, forma parte de una suerte de enfermedad
existencial que afecta a la humanidad. Las bases del racismo cruzan las vidas
individuales aún cuando no exista la convicción plena, o no se la quiera
admitir. En nuestra cultura consumista, de principios liberales, vivimos con el
supuesto básico de que los demás son cosas y no personas. Que incorporar cosas
a nuestro yo hace que seamos más.
Este principio es alabado por autoras como María Elvira Roca Barea
para quien esta tendencia, es decir un imperialismo integral es el ideal al que
pueda llegar la humanidad.
Lenguaje.
El Ge-Yi,
el enorme esfuerzo por trasladar la terminología budista de base sánscrita a
los términos chinos, fue un alarde de lingüística. En una época en la que no
existían diccionarios ni institutos de idiomas, en que los recursos eran
escasos, se logró el traspasamiento de una cosmovisión a la otra. Lo que esto
demuestra es que el lenguaje, aún cuando pueda estar degradado, convertido en
murallas; aún cuando pueda ser detonante, sus
principales funciones tiendan a expresar principios opuestos y antagónicos,
puede ser forzado, arrastrado a sus propios límites en caso de resultar
necesario para que exprese una realidad diferente.
El lenguaje detonante expresa una realidad clericrática, es decir que privilegia
centros de poder rígidos y convierte el idioma en una cárcel. Un ejemplo
simple: soy un científico en el desierto y encuentro un insecto desconocido.
Frente a él tengo dos actitudes: la primera consiste en tomar contacto con el elemento,
entendiendo que de algún modo participa de mi ámbito vital. Simplemente
observarlo, ver si vive en comunidades, de qué se alimenta. No trato de
nombrarlo ni de interferir en él, simplemente de vincularme a través de una
observación desinteresada, de conocer sus hábitos de vida, de saber cuáles son
sus vinculaciones con el medio ambiente, etc.
La otra actitud es
tomar el insecto y aplicar el método científico: determinar dentro de la
entomología el tipo de insecto, establecer la familia a la que pueda
pertenecer, realizar una profunda investigación y finalmente culminar en la
colocación de un nombre. Un apelativo que al mencionarlo se refiera de modo
instantáneo a este insecto particular y excluya cualquier otra posibilidad.
En el primer caso
no se colocaba nombre: el ser al que observaba se desempeñaba con libertad, no
entraba en el lenguaje. De algún modo, interiorizándome de sus costumbres,
formaba parte de mí como también podría hacerlo el paisaje, la montaña en la
que estoy, la hierba, los lagos lejanos.
En el segundo
caso, el sistema de observación e hipótesis establece una suerte de poder sobre
aquello que trato de dilucidar. El colocarle un nombre finalmente lo separa de
mí, lo diferencia, establece una muralla y lo coloca en suma dentro de lo que
se llama “el patio de los objetos”.
Dice Aukanaw en su
libro “La ciencia secreta de los mapuche”:
Todo ser o
cosa tiene un aspecto en la realidad ordinaria o cotidiana, por ej, una piedra,
pero esa misma cosa tiene a su vez otro u otros aspectos muy distintos en los
diferentes niveles de la realidad no ordinaria.
Siguiendo el
ejemplo de la piedra, esta será una piedra en la realidad ordinaria, pero en
cambio en uno de los distintos niveles de la realidad no ordinaria ya no será
una piedra sino una lagartija, y en otro nivel un enanito con alas.
El ser sigue
siendo el mismo, lo único que varían son sus características de acuerdo al
nivel ontológico en el que se manifieste. O sea que la piedra, la lagartija y el
enanito alado son el mismo ser aunque con distintos aspectos según el plano de
referencia que se tome.
No hay que omitir que en los niveles de realidad
no ordinaria están abolidas la mayoría de las limitaciones físico temporales
así como algunos conceptos empíricos de posibilidad.
……………………………………………………………………………………………………………
Al estado en que la conciencia está enfocada en
un nivel de realidad ordinaria, o sea el estado de vigilia consciente del
hombre moderno, lo llamaremos estado de conciencia ordinario, y a aquellos
estados en los cuales la conciencia está desplazada hacia realidades no
ordinarias los denominaremos con el nombre genérico de estado de conciencia
chamánico, por ser éste una característica típica de las culturas chamánicas,
como la mapuche. Pero no se interprete esto erróneamente creyendo que es un
atributo propio de los chamanes.
Es importante destacar que los tipos de
realidad, junto con sus respectivos niveles, son siempre objetivos, es decir
externos al sujeto y por lo tanto susceptibles de ser percibidos por
innumerables sujetos simultáneamente. En cambio, los estados de conciencia
correspondientes a cada uno de esos tipos o niveles de realidad son siempre
subjetivos, propios del sujeto que los vivencia. (Página40).
Es interesante esta observación, según la cual a la forma de percepción
ordinaria de la realidad se opone en el mismo hombre la forma chamánica de
observación. Aclara el autor que esto no es exclusivo de chamanes, que para que
se produzca no es necesario recorrer en su totalidad el llamado camino del
chamán. En otras palabras, las formas de percepción no ordinaria se
encuentran a flor de piel y sólo las limitaciones de la cultura, en particular
de nosotros, hombres occidentales, hacen que no se desarrollen o que no afloren
con la frecuencia que deberían.
En otras palabras, es el artista y no el científico el que tiene acceso
a estas formas de percepción no ordinaria. El autor que fuerza el lenguaje o el
pintor que encuentra diferentes capas de la realidad de los objetos. Cualquier
forma de vida que no permita el desarrollo de esta forma no ordinaria de
percepción es falsa, y lleva a rodearnos de un mundo no real,
en el que se persiguen valores que no enriquecerán la vida. Un ejemplo típico
es la sociedad de consumo: en Estados Unidos es fácil percibir el sacrificio
que realizan miles de personas tan sólo para adquirir cosas suntuarias pretendiendo
con ello lograr un estado de supuesta felicidad.
Más adelante en su libro, Aukanaw se refiere a las llamadas “piedras del
rayo”, es decir formaciones presentes en el desierto patagónico a las que se
considera sagradas debido a que se las vincula a la actividad celeste. En su
modalidad de lenguaje reflexivo, el autor describe en la primera parte algunas
opiniones de Guénon y de Schuon sobre estas piedras y realiza críticas y
precisiones. De pronto, el lenguaje cambia. Habla de las piedras como elementos
vivos, comparables a pequeños enanos, a seres que fuman e incluso se expresan
en un extraño lenguaje.
El autor pasa de la realidad ordinaria expresada en el lenguaje
reflexivo a la extraordinaria sin previo aviso, y nosotros, lectores
occidentales nos desconcertamos. En este contexto no se puede decir que la
realidad extraordinaria tenga un simple sentido metafórico salvo que le
asignemos a la metáfora un definido estatus ontológico. En todo caso, el libro
de Aukanaw sirve para definir cómo la base de una cosmovisión puede hacer que
el lenguaje se altere, se modifique y encuentre nuevas dimensiones. En términos
generales y sin que implique una clasificación exhaustiva, es posible afirmar
que el lenguaje ordinario es el que recoge una mentalidad de explosión en el
que somos víctimas o detonantes o ambos a la vez. Sin embargo, existe en la
interioridad la tendencia opuesta. Cuando se manifiesta, el lenguaje se
convierte en un instrumento de la contraexplosión. Avanza buscando sus
orígenes, destruyendo los límites de aquellas murallas que se han levantado, y
formando un nuevo mundo, una nueva cosmovisión con nuestro sello y nuestros
objetivos.
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